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Agonía laboral

Juan M. Negrete
Viernes 05 de Octubre de 2012
 

Juan M. Negrete / Proceso

Mucho había madurado en nuestro país la simetría de trato entre patrones y trabajadores, conocido como derecho laboral. Tal simetría, como parangón o ideal para construir una comuna amable y justa, venía dando contenido a nuestro actuar cotidiano hasta hace poco. De un cuarto de siglo para acá, el panorama se ha enturbiado y las coordenadas de este trato andan trastocadas. Los embates patronales recientes revelan la disposición de los empleadores a darles la puntilla a los trabajadores. Están equivocados.

Los pensadores más conspicuos nos ilustran afirmando que la naturaleza dotó a cada ser humano de instrumental particular eficiente para que logre sobrevivir. La conservación de la vida individual es pues una tarea instintiva, natural. Ejemplar humano que no posea un aparato instintivo que le baste para sobrevivir simplemente pierde el pleito de su existencia. También sabemos y nos consta que es faena de periodo corto, aunque hemos ido mejorando o prolongando la vida. En el porfiriato la expectativa de vida del mexicano apenas rebasaba las tres décadas. Para los años sesenta la cifra se fijaba en cinco décadas. Ahora se habla de un tope de 75 años. Varía entre los hombres y las mujeres, pero por ahí andan las cifras. Se ha mejorado, cierto, pero aun cuando alcancemos el tope de los cien años nos van a seguir pareciendo pocos, siempre y cuando los transcurramos sanos, con buena calidad de vida. Este es el meollo del pleito.

Para la sobrevivencia de la especie, el instinto de conservación también hace su parte. Va escogiendo y acomodando parejas. Nos entrega a los juegos eróticos, que tanto nos gustan y entretienen, y así nos prolongamos en chilpayates nuevos, dejando relevo. Nadie se fija si hacemos mal o bien esta encomienda. Lo que importa es dejar huella y nadie se opone a ello, aunque no falten nunca los aguafiestas. Pero no se cubre con la misma solvencia la parte no instintiva del encargo, la de las condiciones externas de esta sobrevivencia. Es asunto del mayor interés, pues su inobservancia afecta por igual a particulares y a la especie. Con nuestras trivialidades subjetivas y nuestra frivolidad colectiva ponemos valladares que luego se van a revertir. Es la cuestión de la simetría en el trato laboral, que está siendo desmantelada para colocar en su lugar de nuevo la injusticia, la explotación y la rapiña de la fuerza de trabajo. Por ahí van las cosas el día de hoy en el panorama nacional.

Ya nuestros ancestros vieron que la fórmula más sensata para normar nuestras interrelaciones cotidianas de producción y reproducción de la vida es la simetría ya mentada. Los griegos la llamaron isonomía. Los latinos la calificaron como equidad. Los mexicanos terminamos diciendo que “lo que no es parejo es chipotudo”. No necesitamos ser sesudos filósofos ni experimentados luchadores sociales, menos entes excepcionalmente dotados, para entender que la equidad, o el reparto compartido de responsabilidades, es la pauta a seguir en cuestiones de desgaste y recuperación de la energía que mueven nuestro esqueleto y nuestra pelleja.

Para llegar a convencimientos tan extendidos y comunes resulta suficiente no tener dañado el sentido común. Son razones que a la cara brotan. A nadie se le exige que pase noches enteras sin dormir atendiendo al ladrido del sope. Y a nadie se le acepta que no coma, no descanse o no acepte relevo en la tarea laboral que desempeñe. Tampoco está de acuerdo nadie en que los jornales de trabajo no sean retribuidos ni en que lo sean a destiempo. Tenemos atesorada toda una sabiduría vieja a la cual atenernos sin darle tantas vueltas. Pero lo que estamos viviendo por estos días pinta complejo el asunto. Hay que entender que muchos, sobre todo los patrones, no se ponen las pilas en la cuestión de la retribución de salarios justos, en las formas de contratación y de pago, ni en el derecho a tener acceso universal a fuentes de empleo, por las que hay retribuciones. Por tanto no les cae el veinte, la verdad tan obvia de que a todos los seres humanos, no nada más a ellos como patrones, nos atañe el derecho a conservar una vida digna.

A finales del siglo XIX los obreros del mundo levantaron muchas banderas para defender los puntos clave de esta simetría. Cuando la industrialización de la vida humana desató sus demonios, los empleadores ocupaban a destajo la fuerza laboral que encontraban a su paso. Metían a las fábricas a todo mundo, sin discriminar si eran menores de edad o ancianos ya fatigados. Las mujeres fueron arrebatadas del fogón y del metate y metidas a las galeras fabriles, sin atender sus embarazos y más achaques propios de su sexo. Las jornadas laborales se extendían de sol a sol y a veces terminaban arrebatando pedazos a los periodos del necesario descanso. Quince o más horas del día ocupados en las minas o en los talleres eran moneda corriente. Y al final, como pago, mendrugos o salarios regateados. Nada de vacaciones, nada de aguinaldos, ningún reparto de utilidades ni pensión por incapacidad o por vejez. Menos pensar en seguros de desempleo o en medidas de superación y profesionalización de las propias mañas de trabajo.

El movimiento obrero levantó estas banderas. Hubo huelgas y movilizaciones. Fueron incluso a los campos de batalla. No cejaron nuestros abuelos hasta conseguir fijar ciertos códigos de respeto en las contrataciones, para facilitar la ine­ludible tarea de la sobrevivencia que, como ya se dijo, es exigencia para todos. Lo que hay que hacer entonces, frente a la actual embestida patronal mexicana, es meterle reversa a la asimetría, que ya está creando derechos, y restablecer la simetría donde la veamos violentada. No se pide más, sino lo necesario para reponer el desgaste de la pelleja, dijo Marx. No se pide que den más, sino que no quiten.

Andan los señores del empleo alborotados y en algarada conspirativa por volver a las viejas andadas. Sacaron otra vez su abanico de trapacerías y embustes para no pagar lo justo, para evadir los contratos colectivos, desaparecer sindicatos, contratar sin hacerse cargo de más obligaciones aparte del simple pago, por eludir las prestaciones y los derechos sociales. Ya hace tiempo que se apoderaron de las oficinas del poder y fijaron en ellas su cuartel para dinamitar desde ahí los acuerdos mínimos que hacen posible la tarea de la reproducción colectiva sin tantos sobresaltos.

O digámoslo de otra manera. Se trata de una responsabilidad compartida, pero quieren sacudirse su parte del compromiso. Pretenden que los trabajadores nos hagamos cargo de toda la faena y que ni chistemos. Por eso ensayan a decorar su treta con el truco conocido de las reformas de ley, nimbadas por el poder. Ya se obnubilaron demasiado. Como que hay que volver a abrirles los ojos. ¿Cómo? El desarrollo de los acontecimientos que vienen nos dictará la pauta. Y ni cómo zafarse. Es asunto que nos compete a todos.

 

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