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Los feos merecen subsidio

Jaime E. Mondragón M.
Sábado 10 de Novimiebre de 2012
 

Hay personas que tienen fealdad que impresiona.  No pasan desapercibidos ni en un baile de máscaras y son esquivadas por tirios y troyanos como si tuvieran aliento de fumador de tabaco oscuro de pésima calidad.  Debo aclarar que ignoro si los tirios y troyanos eran así de intolerantes,  pero la aseveración cuadra bien con la intención del relato y por ello me tomé licencia literaria para incorporarla. Debo decir también que la citada licencia es además gratuita. 

Pero retomemos el tema que nos ocupa y preocupa:  yo tengo para mí la impresión de que las personas no se hacen feas,  aunque hay que reconocer que en el transcurso de la vida suelen presentarse accidentes y suegras que desfiguran y desgracian a muchos prójimos.  Sostengo que en general,  las personas feas nacen feas y comparto absolutamente la tesis que propone que la fealdad tiene algo de congénito,  aunque convengo en que también interviene la suerte.  La mala,  por supuesto.

La presencia de las personas feas es discriminada, aún cuando la apariencia antiestética se acompañe con simpatía arrolladora.  En este último caso la simpatía debe verse como compensación no suficiente,  ya que no logra salvar a su portador de los comentarios irónicos de los varones y de los rechazos justificados de las damas.  Incluso de las  prójimas,  en alusión directa a las mujeres que son muy democráticas por razones de oficio. 

Pero si somos justos,  cuestión que raya en la utopía,  los feos son estrictamente necesarios para que existan las personas bellas.  Así dicho,  los feos tienen su razón de existir y su función principalísima es desempeñarse como referencia de otros,  que deben ser sus contrarios para poderse calificar de hermosos.

A las personas feas se les encajan muchas anécdotas y se generan a su costa y costo mil narraciones y justificaciones que pretenden ser piadosas. Permítame ser preciso con un ejemplo de justificación que pretende ser piadosa:    Se atribuye a los feos un encanto que fascina a las mujeres  (“¿Quieres ver a una mujer bonita?  Sigue a un hombre feo ...”). ¿De verdad cree usted semejante patraña? Yo le apuesto doble contra sencillo que cualquier hombre feo asediado por una bella fémina es heredero legal de Carlos Slim.

Otro ejemplo de justificación piadosa:  Se asegura que  “la suerte de las feas las bonitas la desean”.  Al respecto introduzco una expresión inglesa precisa,  concisa y que da dimensión bilingüe a mi escrito:   Bullshit!!  Sin más explicaciones,  abandono el trato de esta cuestión que por absurda no nos conduce a nada bello.

Y para ser equitativo en materia de sexos traigo a mi escrito una expresión popular que asegura que “el hombre debe tener las tres efes:  feo,  fuerte y formal.”   En la imaginación de la gente con concepto degradado de la belleza  se tiene por cierto que las personas de presencia no agraciada son, por razones de compensación natural, muy hábiles en menesteres que demandan inteligencia, dedicación y responsabilidad.  Contrario sensu, a las personas muy atractivas por el simple hecho de serlo se les califica gratuita e infundadamente de vanidosas, incompetentes y desconfiables.    

En ese último respecto conviene señalar dos cuestiones tan míticas como relevantes:  la primera establece que hay una relación proporcional directa entre los grados de belleza y estupidez.  En términos francos:  se supone que la mayor dotación de encantos naturales conlleva una mínima proporción de neuronas.  La segunda cuestión anunciada se relaciona con la gentil tolerancia y declarada preferencia de los varones por las mujeres de escaso seso.  A mi entender, estas marcadas preferencias tienen que ver con la congénita inclinación del hombre hacia las personas débiles, que requieren especial cuidado y particular mimo. Lo señalo para evitar interpretaciones mal intencionadas y porque esta conducta enaltece a los varones.

No se trata de justificar nada y a nadie.  Ni se pretende adoptar una posición maniquea que sólo atienda a dos extremos de apreciación sin dar cabida a las opciones intermedias.   Pero hay que aceptar que la fealdad es sólo un prejuicio humano que se basa en referentes que el tiempo y la cultura se encargan de modificar.  Como otras circunstancias y accidentes en el ser humano y en todos los seres animados y cosas,  la fealdad es una concepción nuestra que se rige por criterios que no pueden separarse de la belleza.  Lo que es bello,  no es feo. Y viceversa.   Son concepciones complementarias e inseparables,  expresado  esto en el contexto de la más pura dialéctica Hegeliana. 

Por lo demás,  no es inútil advertir que todo lo feo tiene su encanto escondido y es además,  imán de su opuesto natural.  En resumen,  no hay personas feas.  Lo que hay en abundancia son personas inseguras e intolerantes que afean el escenario social con sus comportamientos ofensivos y desdenes injustificados hacia los demás.  Con sus complejos,  para ser más preciso y concluyente.

Antes de finalizar  esta exposición quiero confesar mi limitada competencia en esta materia en la que he involucrado mis talentos tan reducidos,  porque a pesar  de esta reflexión acerca de la fealdad,  soy incapaz de diferenciar estéticamente entre una morsa y una suegra gorda y vieja. Aunque observando más detenidamente,  los bigotes constituyen una diferencia.  Aunque también la morsa tiene los suyos.

Jaime E. Mondragón M.

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