The Washington Post publicó, hace unos días, información obtenida de documentos oficiales de la Procuraduría General de la República nunca antes revelados. Funcionarios, que tuvieron acceso a ellas y frustrados por el colapso y la inacción institucional, decidieron darla a conocer por esta vía indirecta. Se trata de una lista con más de 25 mil personas adultas y menores de edad registrados como desaparecidos durante el sexenio de Felipe Calderón. Veinticinco mil es, por donde se le vea, una cifra inusitada.
La cifra, aunada a la de personas asesinadas de manera violenta durante el sexenio, que ronda en los 100 mil, son los datos escalofriantes en el balance de un sexenio.
La lista de desaparecidos se conformó con la información entregada por autoridades y procuradurías locales a la PGR.
El diario señala que las identidades y características de estas personas, como edades, vestimentas y otros datos proporcionados por familiares o amigos -como el último momento en que fueron vistos o las actividades que realizaban- se encuentra agrupada en columnas en un formato de Excel por la Procuraduría.
El periodista William Booth, autor de la nota, señala que esto confirma lo que se ha venido diciendo de tiempo atrás sobre México: que hay aquí un fenómeno explosivo en el número de personas desaparecidas. Ni en tiempos de la Guerra Sucia en México, ni en la peor dictadura latinoamericana, se tiene registro de tal número de desaparecidos.
Inimaginable la desolación en la que vivirán miles de familias hoy en México por la pérdida de uno o varios de sus seres queridos. Miles de existencias erosionadas por la perenne incertidumbre del no saber si los suyos viven o mueren.
La dimensión de esta catástrofe pasa casi desapercibida para el resto de la población porque, al igual que otros reportes relevantes, el gobierno pasado decidió guardarse, para sí, este tipo de información. “Presidente valiente”, se hacía llamar Calderón en sus campañas oficiales. Ocultar estas informaciones a los ciudadanos nos muestra que no había nada más alejado de la verdad en el contenido de esos mensajes.
Felipe Calderón llegó en 2006 a la Presidencia de México en medio del escándalo y las impugnaciones. Su arribo al poder, por la puerta de atrás, significó para México el inicio de un cruento periodo del cual apenas estamos sacando cuentas. Calderón abandonó la Presidencia de México, dejando tras de sí la más grande estela de devastación y muerte que se recuerde en el México contemporáneo.
La grave crisis de legitimidad que acompañó su llegada probablemente fue el factor principal que lo impulsó a definir un sexenio con aires reivindicación.
Se lanzó, sin cálculo ni diagnóstico y, por lo tanto, sin estrategia efectiva -a juzgar por lo sucedido- a intentar combatir a grandes capos y organizaciones criminales y del narcotráfico. Los efectos fueron contraproducentes: los cárteles más grandes se fortalecieron. Otros, al ser descabezados solamente, abrieron disputas de poder que derivaron en por lo menos 11 cárteles más de regular tamaño que operan hoy en territorio nacional.
La actividad delictiva se “diversificó” en por lo menos una veintena de delitos, además del narcotráfico. Los cárteles mexicanos acrecentaron su presencia internacional. A pie juntillas Calderón guió su gobierno, de la mano del vecino del norte, con una estrategia belicista e irresponsable. Los resultados fueron catastróficos. El suyo será un gobierno recordado con un rictus de tragedia y de dolor.
La cifra publicada por el diario norteamericano dio pie para que Human Rights Watch enviara una misiva, esta semana, al nuevo gobierno de México. José Miguel Vivanco alertó a Enrique Peña Nieto sobre las dimensiones de la herencia de Calderón. Le llamó a abordar “… los abusos cometidos durante el mandato de su predecesor e impedir que se reiteren en el futuro, requerirá de atención inmediata en los niveles más altos de su administración”.
Sobre las cifras del Post le dijo que si “…se corroboran, esto situaría a la ola de desapariciones ocurrida en México durante el sexenio del Presidente Calderón entre las peores en la Historia de América Latina”.
No hay duda que el recuerdo que quede de Felipe Calderón llevará, por siempre, la impronta de la muerte y la devastación. El Presidente “valiente” que no fue ni siquiera capaz de informar, a la población, sobre el tamaño del desastre que dejó.
¿Cuántos muertos, torturados y desaparecidos dejó su administración? ¿Por qué guardó, en su escritorio, la escalofriante cifra que nos reveló el Washington Post?