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Réplica al drama espectacular

Alan Inclán Campoy
Viernes 08 de Febrero de 2013
 

El Vertedero Cultural

Tal vez hayan visto por You Tube la conocida escena de “Maldita Lisiada” de la telenovela “María la del Barrio”. En ella  Itati Cantoral hace una cátedra dramática-espectacular de cómo se escenifica un conflicto interpersonal de manera exagerada, donde los gritos aturden la histeria se hace presente con todo y close up en primer plano –sello de la casa Televisa- ; sobra decir que la escena llega a niveles dramáticamente delirantes. A veces, el drama exagerado puede ocasionar su efecto contrario: provocar risa.

El drama es el género por excelencia para plantear en las artes la problemática emocional del ser humano. Surgido de la tragedia griega, el drama ahora se ha distorsionado en escenas exageradas con actores que gesticulan en exceso y situaciones al extremo para lograr el impacto en el espectador; se traduce en las telenovelas, el best-seller  y las películas hollywoodenses atiborrados de escenas prefabricadas para dictar cómo se debe representar los diversos conflictos humanos provenientes de la cultura de los medios masivos, es decir, el drama espectacular. 

Como “drama espectacular” se puede traducir en específico a prototipos como Pepe el Toro, la trilogía del cine mexicano que representa la tragedia de la clase popular mexicana; o en estos años a la televisión con la serie lacrimógena de “La rosa de Guadalupe” y pasando por la película “Leyendas de Pasión” con un joven Brad Pitt en un culebrón romántico de época que de tanto giro dramático cae en la risa involuntaria. 

Guy Debord en su famoso libro “La sociedad del espectáculo” planteaba una crítica feroz a un sistema que sumía a la sociedad occidental dentro de una cultura vacía, superflua, que sólo operaba como opio durante el tiempo de ocio. Es decir, las ocho horas que la clase trabajadora tiene libre –aparte de las horas ocupadas en el trabajo y en el dormir- lo ocupa en consumir productos culturales vacios, desprovistos de “sustancia” para la edificación personal. El espectáculo entretiene con productos culturales estériles, descafeinados, libres de toda sustancia del arte que pueda volver a la gente crítica sobre su propia cultura.

Entonces el drama espectacular debe de bombardearnos escenas con reacciones exageradas y situaciones extremas e inverosímiles para aturdirnos y pasar a lo que sigue, sin darnos un respiro para reflexionar. Es síntoma de un público ávido de  dosis de lo extremo: prensa tremendista, deportes extremos, consumo extremo, drogas –legales o ilegales- extremas. Es decir, culturalmente estamos ante la necesidad de lo extremo, y el espectáculo es la solución inofensiva, no dañina.

El problema es la exageración del drama, y se cree que entre más intenso y teatralizado el impacto con el público es mayor, pero ¿realmente el drama es por automático un cúmulo de expresiones intensas y situaciones extremas? La literatura y el cine contemporáneo han demostrado que el drama en pleno siglo XXI se puede plantear de diferente manera: el conflicto humano fuera de la tradición de tragedia griega.

Por ejemplo, en el libro de cuentos de “Historias de Lontananza” plantea la problemática del hombre promedio en el contexto de una ciudad anónima del norte del país. El drama del desempleo, la crisis del matrimonio y la desesperanza se plantea en los cuentos de una forma desazonada, escueta, indiferente. Es decir, los personajes ante la crudeza de las circunstancias parecieran que son indiferentes ante el desastre. El teatro de la tragedia perdió su brújula en las diversas tramas que plantea los cuentos.

En la película del 2003 “Perdidos en Tokio”, protagonizada por Bill Murray, el drama se encuentra en el limbo justo como el personaje de Murray en el hotel de Tokio donde se plantea la trama. La soledad, la incomunicación, la desazón del amor se afronta de una manera en donde no hay grandes escenas lacrimógenas o los problemas  no se solucionan llorando a moco tendido mientras suena los violines chillantes de música de fondo. No, el drama se plantea sin artilugios teatrales para conmover al espectador. 

Los dos ejemplos artísticos –como hay miles de ejemplos más- hacen una crítica al drama estandarizado que los medios masivos nos bombardean. Una crítica al golpe de ficción extrema para lograr una catarsis en nuestra vida diaria; si no es así, el drama fuera del teatro de la tragedia se cataloga como “aburrido” “de arte” o “pretencioso”. 

Ahora el drama que está más apegado a nuestros días es uno que se sale del discurso teatral, exacerbado. Es decir, el trágico héroe-mártir de Pepe el Toro es suplantado por un estoico Bill Murray en “Perdidos en Tokio”; la villana icono del melodrama de Itati Cantoral es suplantada por esos personajes desprovistos de exageración ante las adversidades en Historia de Lontananza.

El drama no es sólo la exageración de gestos y diálogos altisonantes –aunque sí  muy efectista- sino también existe otro drama menos viciado dentro del arte. El teatro de la tragedia todavía goza de salud pero existe en el margen otra forma de representación del drama: sí, lo cotidiano es la materia en que el drama goza de más frescura.

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