En estos días ha arreciado el debate sobre una posible despenalización de la mariguana, la droga más consumida desde hace varias generaciones.
Quienes argumentan a favor de esta propuestas son personajes de las más variadas posturas políticas, desde el locuaz expresidente Vicente Fox y el pedante excanciller Jorge Castañeda hasta el prestigiado exrector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, el exsecretario de Gobernación Fernando Gómez Mont y el intelectual salinista Héctor Aguilar Camín, entre otros muchos que abogan por el “dejar hacer y dejar pasar” en la producción, comercialización y consumo de la mariguana, primero, y de otras drogas después.
Cabe reconocer que los argumentos a favor son muy variados y convincentes. Destacan el enfoque económico –es un negocio en grande que México se está perdiendo mientras E. U. y otros países ya lo explotan-, el medicinal -es una droga benigna e indispensable para el tratamiento de ciertas enfermedades-, el cultural y otras justificaciones válidas.
Pero entre todos los argumentos a favor destaca, en primera línea, el de la seguridad nacional: Si se despenaliza la mariguana, dicen los defensores de esta tesis, se desarticulan automáticamente las organizaciones criminales que han surgido y crecido gracias al valor comercial que tiene esta sustancia como droga ilegal.
Como decían los clásicos: He aquí el meollo del asunto, o por qué considero que ésta es una tesis equivocada y riesgosa.
La despenalización de la mariguana no aplacaría a las bandas del narcotráfico, por el contrario, las haría más peligrosas para la población mexicana.
La razón es muy sencilla e irrefutable: Al quedarse sin los enormes ingresos financieros que les reporta la producción, trasiego y venta de la droga, las bandas no se retirarían a sus guaridas a rumiar su nueva pobreza, por el contrario, buscarían otras opciones para mantener dichos ingresos.
Recordemos que estas organizaciones no son espontáneas, surgen y se fortalecen a través de los años hasta construir poderosas redes sociales al margen de la ley. Pensar que van a desintegrarse nomás porque la droga ya no es negocio, resulta una ingenuidad.
La experiencia demuestra que quienes han hecho su modus vivendi al margen de la ley no se retiran nomás porque sí para invertir sus ganancias en negocios lícitos.
Buscarían, repito, otras opciones y las más probables, pues ya la han explotado con buenos resultados, son la extorsión y el secuestro dirigidos contra la población civil que nada tiene que ver con el narcotráfico, ni siquiera como consumidora de enervantes.
En estados como Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila y Chihuahua esos delitos son una práctica extendida. Y se convertirían en un hecho cotidiano en el resto del país.
Las víctimas seríamos todos, ya no sólo el que consume droga. Este hábito es una elección personal, claro, influido por el medio social y otras variables que no vienen al caso mencionar ahora. Pero al final de cuentas se es víctima de las drogas por una decisión personal.
En cambio la extorsión y el secuestro amenazan a todos, hasta al modesto propietario de un abarrotes o un puesto de ventas en el tianguis.
Este es, creo yo, el riesgo más grande de la despenalización de las drogas.
Hay otro que no es menor: El aumento considerable en el consumo.
Lo que pasó con la adicción al juego, la terrible ludopatía que daña a miles de personas y sus familias, nos ilustra a la perfección lo que sucedería con la despenalización.
Antes de que el hipócrita Santiago Creel y varios legisladores abrieran la Caja de Pandora al facilitar la apertura de casinos en todo el país, el vicio del juego estaba enraizado en un sector mínimo, casi insignificante, de la población. Aun con las casas donde unos cuantos se reunían a apostar grandes cantidades en el juego de cartas, el vicio del juego era una excepción. Era un hábito marginal.
Quienes sostienen que la Lotería y el Melate son dos prácticas sociales de ludopatía, se equivocan o mienten tendenciosamente pues estos “vicios de azahar” rara vez ocasionan daños tan fuertes como ahora lo vemos con los casinos, que han “enganchado” a miles, tal vez millones de personas, la mayoría mujeres. Ya sabemos toda la tragedia familiar y social que genera la ludopatía generada a partir de la apertura de los casinos en México.
Sería similar el efecto de la despenalización de las drogas. Muchos y muchas que hasta hoy no han experimentado con enervantes, serían atraídos por la curiosidad al consumo. O verían con cierta indiferencia que un familiar o un vecino se ponga “sus pasadas”.
Hasta aquí, éstas son dos razones suficientes para pensar con más responsabilidad y menos ligereza “liberal” la propuesta de despenalizar las drogas.