En estos momentos un gran porcentaje de la población masculina entre 18 y 25 años (no insultemos a menores de edad) se levanta cada mañana con el objetivo de ser guapo.
Y seguir guapo durante todo el día, que el mayor número de personas le digan guapo, ponerse cosas para hacerse “más” guapo, reunirse con gente guapa para debatir los pormenores de su “guapicidad”, conseguir otra pareja guapa para decirse lo guapos que son y se van a la cama pensando: Objetivo cumplido, qué orgullosa estará mi madre.
Éste es un tema que me tiene particularmente traumatizada. Conocer a un chico con un cuerpo espectacular y tres días más tarde pensar: ¿y ése trozo de carne – bien formada – con patas qué espera de la vida? ¿Cuál es su propósito?
Yo no sé qué vaca hay que sacrificar para que los dioses no te maldigan con tal castigo, pero háganlo porque hay pocas cosas más anticlimáticas que un hombre guapo que suelta sapos por la boca. O que no suelta nada y simplemente se queda sentado mirándote como si estuvieras presentando una tesis doctoral sobre estrellas con brillantina.
He querido buscar estudios en internet y esas cosas para tener más información, pero ninguna Universidad, ONG o instituto regional para la conservación de la fauna o el desarrollo humano parece tener interés en el tema. ¡Atención! Que lo que digo no es un punto menor. Porque sí dedicamos muchos esfuerzos en dar poder a las mujeres, en convertirlas en seres pensantes e independientes ¿para qué? ¿Para darnos luego un novio mojón?
Así que, pregunto: ¿qué vamos a hacer? ¿cuál es nuestro proyecto como sociedad para solucionar esto? ¡Cuando es un claro fallo del sistema educativo! Éstos jóvenes, que en otro tiempo habrían sido coronados con hojas de laurel, para nosotros son una masa inerte que nace, crece, se reproduce – sí hay estudios sobre la relación del nivel educativo y el condón – y muere dejando como rastro un hilo de sudor.
Y luego están los hombres beta… talentosos e inteligentes, que levantan sus bracitos de espaguetis en un sótano oscuro y juran venganza mientras esperan su momento de controlar el mundo.
(La tercera opción es el intelectual, que habla de Julio Cortázar todo el santo día y argumentan una infidelidad con la naturaleza poligámica del hombre; pero, teniendo en cuenta el menú a disposición…).
- ¡Esos programas NO son una representación verídica de la realidad! - rebate un señor al fondo. No, no, piénsenlo. Mi trauma está más justificado que la anatideaefobia (miedo a que uno o varios patos te estén mirando desde algún lugar del mundo – cosa bastante inquietante si te la imaginas) y la realidad está a un botón: pongan Jersey Shore. Seguro que en todos los países se podría hacer una versión autóctona con sus particularidades culturales.
Cierto, pero son una parte de la realidad que a nadie le duele, ¿de verdad que a nadie le importa que una gran parte de nuestra juventud pueda levantar 60 kilos de peso en sentadillas y se haya enterado tras la muerte de Nelson Mandela que él y Morgan Freeman no eran la misma persona?
Así que, por favor, pongamos un poco de atención a esto. Háganlo por lo niños, porque ¿qué clase de calidad reproductiva tiene esta gente? ¿Qué nuevas generaciones le dejaremos a este mundo? Pero, sobre todo, ¡háganlo POR MÍ!
