Por Sergio Anaya
Ya pasado el alud de información provocado por el 20 aniversario luctuoso de Luis Donaldo Colosio, conviene detenerse un momento en dos aspectos básicos que a través del tiempo se han mantenido como dos premisas inalterables, como verdades de a peso que han sostenido todas las versiones construidas alrededor de este caso, dos “verdades” que no lo son tanto si las examinamos con detenimiento.
La primera de ellas es la importancia exagerada, de culto, que se le atribuye al famoso discurso del candidato Colosio en el Monumento a la Revolución, sí, el de aquellas frases como “veo un México”… etcétera.
Se ha repetido hasta el cansancio que fue un discurso histórico porque perfilaba el proyecto de un hombre que vendría a implantar cambios sustanciales en la política y en general en la vida pública nacional impulsando la democracia que tanto anhelaban –y aún anhelan- muchos mexicanos.
No me detendré en los pormenores del discurso, ya muy conocidos. Me interesa subrayar la exageración de quienes de buena fe atribuyen mil cualidades a Colosio sólo por ese discurso que sólo fue un discurso más de un candidato a la Presidencia de la República. Es decir, un discurso bien estructurado, con frases contundentes e ideales compartidos por el que lo pronunciaba y su público. Un discurso emotivo, pero tan incierto como todos los discursos de los candidatos a la Presidencia.
Concluir, como lo han hecho desde los más modestos admiradores de Colosio a intelectuales de la talla de Enrique Krauze, que ese discurso perfilaba el inicio de un México nuevo, del “futuro que no fue”, es un ejercicio inútil. La retórica de los candidatos es una, muchas veces diferente a las decisiones que toman cuando asumen el poder y deben resolver problemas concretos donde inciden no los ideales sino las ambiciones de individuos y grupos de carne y hueso.
Si examinamos con detenimiento todos los discursos de los candidatos a la Presidencia desde hace varias décadas, encontraremos algunos donde se proyectaron como futuros hombres de estado cubiertos de ideales y proyectos justicieros. Desde Luis Echeverría a Enrique Peña Nieto, e incluyendo por supuesto a los candidatos perdedores como los admirables Clouthier y Cárdenas o el bufón Quadri, todos ellos pronunciaron no uno sino varios discursos gloriosos como para subirlos al nicho de las grandes figuras patrias.
En ese sentido entiendo el discurso de Luis Donaldo Colosio, sin demeritar por supuesto sus cualidades como persona y político.
Camacho superhéroe
El otro aspecto que ha llamado mi atención incluso desde antes del asesinato de Colosio, preciso: desde los días aciagos del aquel 1994, es la comparación insistente entre Colosio y Manuel Camacho Solís, el “tapado” perdedor en la lucha por la candidatura del PRI.
Unos y otros, pero sobre todo los admiradores bobos del poder que exhibía Camacho, ponen a éste como un personaje superior en preparación, astucia y capacidad política respecto a Colosio. Nada más alejado de la realidad evidente.
La lucha por la candidatura del PRI exigía en ese momento toda la astucia y disciplina necesarias para ganar el apoyo del Elector Decisivo, el presidente Carlos Salinas de Gortari. El más astuto era quien debía convencer a Salinas que como su sucesor no le causaría ningún problema e incluso aceptaría su tutela, por qué no, una vez asumido el cargo.
El más astuto debía ser el que mejor se disfrazara como un ser dócil y manejable. Colosio le ganó ampliamente esta partida a Camacho, cuyo ego lo perdió incluso después del asesinato en Lomas Taurinas, cuando fue señalado como el candidato sustituto inevitable y él se dejó querer.
Ahora podrá presumir Camacho que siempre fue independiente y democráticamente distante de Salinas, dirá por supuesto que en esos momentos su único objetivo era sacrificarse por la patria resolviendo el problema surgido ese año en Chiapas. Podrá justificarse de mil maneras, pero era obvio después del 23 ded marzo del 94 que reclamaba la candidatura para sí y que no tuvo la suficiente inteligencia ni disciplina para convencer a Salinas.
Aun en las difíciles y peligrosas circunstancias de los días cuando los camachistas promovían la eventual sustitución del tibio candidato Colosio por el superhéroe Camacho, aun así el de Magdalena no perdió los estribos, conservó la cabeza fría para retener el apoyo salinista mientras su rival exhibía una actitud ególatra que hubiera hecho dudar a cualquier Presidente en el momento de escoger a su sucesor.
Decir que en las primeras semanas de su candidatura Luis Donaldo se portó tibio por su dependencia de Salinas, por ser un hombre bueno e inofensivo, cándido, es no conocer la naturaleza humana. Podemos apostar que la suya fue una conducta calculada, necesaria e inteligente.
Esto hacía él mientras el comisionado en Chiapas se exhibía como un hombre dominado por la ansiedad de ser candidato, incapaz de asumir la postura discreta que demandaban las circunstancias.
Primero fue Colosio y luego el “torpe” Zedillo, quienes superaron en astucia e inteligencia política a Camacho Solís, el superhéroe que no lo fue.
Sin embargo, veinte años después vemos que muchos siguen creyendo en la versión improbable de un Colosio mediocre frente a la grandeza de un Camacho superhéroe.