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Emmanuel Carballo

Sergio Anaya
Miércoles 23 de Abril de 2014
 

Por Sergio Anaya

Mientras la cobertura mediática y los tumultos rodeaban el funeral de Gabriel García Márquez, en otra funeraria unas cuantas personas, la mayoría familiares del difunto, acudían a darle el último adiós a Emmanuel Carballo, el gran crítico y cronista de la literatura mexicana.

Dos personalidades y dos obras diferentes, las de García Márquez y Carballo tienen en común la grandeza, pero la hora de su partida marca las diferencias entre una concepción glamouruosa y definitivamente chocante frente a otra menos espectacular pero más sobria y genuina sobre el arte literario y los escritores.

El exceso de ruido alrededor de García Máquez fue comparable estos días a los que provocan un rockstar o un ídolo deportivo. Exceso de información, opiniones de todo tipo, competencia de declarantes para demostrar quién está más afligido por la muerte del genio literario, ocurrencias para estar a tono con el humor que exhibía el difunto, nadie se quería quedar callado, información hasta la saciedad, poses para no pasar desapercibido en la hora donde todos quieren aparecer.

Claro que esta vulgaridad mediática no demerita la obra de García Márquez. Pero éste no es el punto. Lo llamativo es la degradación cultural de una sociedad que debería conocer más al colombiano a través de la lectura de sus libros, y no a través de los lamentos que en esta hora exhiben lo mismo presidentes que quizá nunca leyeron una línea de “Cien años de soledad” y otras personalidades ávidas de prestigio cultural. Este es, al parecer, el destino de los clásicos contemporáneos.

Mientras tanto, el deceso de Emmanuel Carballo aunque no pasa inadvertido, pronto es relegado a noticia de “páginas interiores”. Y eso en vez de lamentarlo, debemos agradecerlo porque nos deja la sensación de una intimidad que compartimos quienes aprendimos a conocer mejor la literatura mexicana y sus autores a través de Carballo. Una obra premiada y reconocida pero sin aspavientos publicitarios, sin asombrosos tirajes, una obra consistente, de largo aliento y gratos momentos que se recuperan al releer sus páginas. Carballo el de la aguda mirada, el crítico informado que no caía en frases lapidarias para aplastar los autores nada más por el gusto de sentirse superior a ellos, un grave defecto que tienen muchos críticos no sólo literarios sino también los que se desenvuelven en otros terrenos culturales.

Emmanuel Carballo nos lega una obra indispensable para apasionarnos con la literatura mexicana y en general con la experiencia literaria, como autores o lectores, una experiencia para vivirla con la intensidad que nos transmitió el escritor jalisciense.


Y a propósito de artistas

De veras qué buena actuación tuvieron los invitados, curiosos, achichincles, colados y en general todos los que asistieron como fauna de acompañamiento a la gira de unas horas que realizó el presidente Enrique Peña Nieto en Sonora. Expresiones faciales de irradiante alegría, seriedad institucional cuando el momento lo requería, apretones de mano y abrazos efusivos para anunciar a los cuatro vientos la felicidad de tener entre nosotros al Ungido, al Hombre que con Brazo Firme lleva el Timón de la Patria.

Las visitas presidenciales, como muchos actos de la vida pública nacional, han sido en el pasado y siguen siendo en el presente una demostración del atraso político y democrático de una sociedad que aún se atiene a la voluntad de un solo hombre para resolver sus problemas y consolidar sus proyectos.

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