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VERTIENTE

Bernardo Elenes Habas
Jueves 17 de Julio de 2014
 

No es, como quisieran muchos, que se viese una lucha coyuntural y partidaria la que sostiene la Nación Yaqui por el agua; se trata de la dignidad yoreme contra un largo y doloroso proceso de saqueo.

Bernardo Elenes Habas



De nuevo, la Nación Yaqui está en pie de lucha. Un combate iniciado por los yoris, en 1533, cuando la ambición española apuntó hacia los desconocidos territorios de la región Noroeste de lo que ahora es México, encabezada por el capitán Diego de Guzmán, con un ejército de 17 jinetes y 33 elementos de infantería, perfectamente armados, cruzaron por primera vez el caudaloso Jiak Batwe (Río Yaqui).

Ese hecho, abrió las jaulas a las voces premonitorias de los tiempos, las que comenzaron a dejar testimonio de infortunio, de luchas, exterminio, muerte, a través de la pretendida conquista, los que se recrudecieron durante el Porfiriato, y que ahora, a casi 500 años de dicha invasión contra una de las etnias más valerosas del orbe, no cesan.
  
¿Acaso, la lucha actual por el agua yoreme, la que revienta nuevamente con la resistencia civil a través de un cerco carretero a la entrada de la comunidad de Vícam, se trata de una mera cuestión coyuntural y partidaria? Creo que no, y que no debe contaminarse con tanta superficialidad un acontecimiento que es histórico, porque viene precedido de grandes batallas desiguales sostenidas por los yaquis contra las ambiciones políticas y económicas de los gobiernos, pero también al interior de la propia etnia, donde la historia clarifica la acción depredadora de los torocoyoris, es decir, los traidores, que incluso se han confabulado (la historia lo dice) con los yoris para exterminar a sus caudillos, como le sucediera a Juan Maldonado El Tetabiakti.

Tienen la certeza hombres y mujeres, jóvenes y niños de piel color de tierra y con ojos oscuros que saben mirar el horizonte y sopesar en sus manos su pasado y futuro, que las mismas leyes que buscaron acabar con sus semillas y raíces en el pasado, son retorcidas nuevamente en pleno siglo XXI,  presentándoles fallos teatrales supuestamente a su favor ante la defensa del agua que les corresponde, de acuerdo a decreto presidencial emitido por Tata Lázaro, los que mágicamente se desvanecen demostrando el poderío y los contubernios de los integrantes de la clase política, principalmente en los círculos privilegiados de PRI y PAN, tal como sucedió con el accionar del Tribunal Colegiado de Circuito que dejó sin efecto la resolución del Juez Octavo de Distrito de Ciudad Obregón, quien ordenó a la Comisión Nacional del Agua detener la operación del Acueducto Independencia.
  
El Gobierno de la República presidido por Enrique Peña Nieto y la soberanía representada por el Congreso de la Unión, deben de poner en la balanza de la justicia -no de la política y sus aristas saturadas de codicia-, un caso que podría ser impredecible.

Por eso, se vuelve indispensable revisar la historia. Apelar a la memoria y a la sabiduría de los viejos yoremes. Los que, en largas noches estrelladas que dimensionan la grandiosidad del Bacatete, ante las hogueras que presiden las asambleas familiares, dejan caer sus recuerdos, sus vivencias, en la tierra fértil de la inteligencia y memoria de jóvenes y niños, y les hablan de las luchas de Sibalaume, Juan Banderas Jusacamea, Juan Maldonado Tetabiakti, y de los actos de heroísmo de Dolores Islas “Camisa Colorada”.
  
Tomás Rojo, el moderno líder de la tribu, tiene un gran compromiso con su pueblo: convertirse en el Tetabiakti del siglo XXI, o ser devorado por las circunstancias y la clase política.
  
Le saludo, lector.

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