La Ley Anticorrupción debe poner trabas a funcionarios que concluyen mandatos, y no blindarlos con fueros legislativos, cuando pesan sobre ellos fuertes sospechas de corrupción
Bernardo Elenes Habas
La fiebre reformista es, sin duda, el símbolo del sexenio del presidente Enrique Peña Nieto.
Cada uno de los cambios propiciados en diferentes leyes que apuntalan la dinámica del desarrollo del país, han sido expuestos a la ciudadanía, a través de un cribado proceso mediático, donde se incluye, por supuesto, la iniciativa del otrora mandatario Felipe Calderón - Ley Laboral-, en la que inexplicable ¿o explicablemente?, no se incluyó un tema fundamental y que los panistas, ahora en la oposición, toman como bandera: la dignificación de los salarios mínimos, tal como lo mandata el texto constitucional.
Pero en estos momentos, el régimen peñanietista da como un hecho que el gran puente construido por su Gobierno, es la Ley Energética, por el que supuestamente EPN transitará a la posteridad como el transformador positivo que el país no había tenido en muchos años, quizás desde la época de Lázaro Cárdenas del Río.
No obstante, al señor presidente, sus colaboradores e integrantes del Congreso de la Unión, tejido que ha sabido conducir diligentemente, primero a través de la estrategia intermedia del Pacto por México, y luego con el trabajo de fondo de sus operadores en las cámaras de Senadores y Diputados, para construir los cauces que su proyecto de Gobierno requería y requerirá, desdeñan el verdadero sentir popular.
Es necesarios reconocer que la Reforma Energética no es la que define el rumbo social y nacionalista de la patria, porque en realidad se constituye en la propuesta económica dirigida a inversionistas nacionales y extranjeros, que desde 1938, luego de la Expropiación Petrolera, se venía postergando, pero no encaminada a lograr la distribución equitativa de la riqueza del país -heredad de todos los mexicanos-, sino alentando el reparto singular del privilegio en muy pocas manos.
La verdadera gran reforma, ciertamente contemplada en la agenda de Peña Nieto –Ley Anticorrupción-, no ha tenido el tratamiento y la efectividad que de ella se esperaba, a pesar de que podría ser el legado histórico que lo haría trascender en la conciencia de los mexicanos.
No se percibe en dicha transformación de leyes, la aplicación estricta y sin concesiones contra servidores públicos, representantes populares, líderes enriquecidos inexplicablemente, a pesar de que existen casos que lastiman la inteligencia de los mexicanos, debido a que las estructuras judiciales son selectivas en la aplicación de sus funciones, cargándole la mano a algunos; y a otros, dejándolos gozar de su impunidad.
¿Acaso, no es tiempo para aceptar que así como es complicado acceder al poder público, debido a las luchas entre partidos, grupos, hasta desembocar en la aportación del voto popular, se vuelva también difícil salir, una vez cumplidos los tiempos con los cargos conferidos (sobre todo con los oficiantes del poder que transitan sexenios sobre el filo de la duda, la corrupción y el oprobio), de tal manera que éstos sean sometidos a dicha Ley Anticorrupción, sin permitir que anticipadamente los partidos, la clase política, y aún las estructuras del poder público, sin importar siglas o ideologías, busquen y encuentren formas para proteger a los malos funcionarios, a pesar de las evidencias que se tengan de sus huellas de corrupción, y se les blinde, otorgándoles, incluso, diputaciones federales para que el poder de la justicia, la que clama la gente, no se ejecute?
Está a tiempo el señor licenciado Enrique Peña Nieto, de enviar un recurso jurídico que fortalezca su Ley Anticorrupción, que sin duda se perfilaría como una decisión histórica para el país, porque nadie la objetaría… Aunque, pensándolo bien, sí habría votos en contra: los de políticos ladrones y sus aliados.
De lo contrario, el país, su tejido político, seguirá ocupando un lugar preponderante en la lista de Forbes, bajo el título de Los 10 mexicanos más corruptos, en cuyo padrón reciente están incluidos Carlos Romero Deschamps, Raúl Salinas, Genaro García Luna, Humberto Moreira, Arturo Montiel, Elba Esther Gordillo, más los que se acumulen…
Le saludo, lector.