Un signo preocupante en lo que se refiere a la gobernación, se presenta cuando los políticos —sean funcionarios, gobernantes o legisladores— toman sus mentiras cual si fueren verdades axiomáticas.
No hay peor presagio de que las cosas no irán bien o se complicarán aún más, cuando damos por hecho lo que sólo es un anuncio; esto sería, ni más ni menos, el complemento natural de lo asentado en el primer párrafo.
Hoy pues, cuando las cosas en el orden global no parecen ir bien y la recuperación es decepcionante, tal y como afirmó la señora Lagarde en un discurso pronunciado en Georgetown University hace unos días, lo peor que podría enfrentar cualquier país incorporado a la globalidad —como es el nuestro—, es lo que hoy vemos aquí cuando nuestros políticos piensan que sus mentiras son ciertas, y los anuncios una realidad.
¿Por qué dicha conducta de aquéllos? ¿A qué se debe el desprecio de la realidad, y la minimización sistemática de los hechos? ¿Qué impulsa al funcionario a decir y hacer como si las cosas fueren marchando en otra dirección? ¿A qué se debe que un funcionario juzgue una tragedia —como la de Los Cabos—, en función de obligar a reducir el pronóstico del PIB? ¿Acaso ya inventamos el tragediómetro?
Hoy, los hechos violentos registrados en Guerrero —por no hablar de otros estados— son, evidentemente, resultado obligado de una gobernación marcada —durante años— por la incuria (poco cuidado, negligencia), la corrupción y la impunidad que favorece y estimula conductas delictivas de índole diversa.
Los efectos de una gobernación así, son diversos y se advierten en todos los aspectos de la vida del país. Mantener por años una gobernación así, hace posible una degradación geométrica del orden político y social —ya no se diga económico—.
La confianza del inversionista —doméstico o externo— viene a ser, quizás, el primer damnificado de una conducta que deja la ley de lado, y pone en primer lugar la impunidad y la corrupción. Aquel activo, fundamental en la atracción de inversiones y la creación de fuentes de empleo permanente, tarda años en adquirirse, pero se pierde en instantes.
¿Hay en México, en los días que corren, alguien en su sano juicio que piense que no hemos perdido una buena dosis de la confianza, que con tantos esfuerzos generamos a lo largo de los últimos 15 o 20 años? ¿Quién podría pensar hoy, después de salir a la luz pública la situación que priva en Guerrero, que las decisiones relacionadas con las decenas de miles de millones de dólares anunciados hace unas semanas por no pocos funcionarios, no han sufrido un ajuste?
Esto último, de ser cierto, sería un caso inusitado; lo visto en Guerrero, de darse en otro país, sin duda afectaría los planes pendientes de inversión. ¿Por qué en México habría de ser diferente? La verdad es que nuestro caso, ni es ni será diferente; como economía abierta incorporada a la globalidad, las reglas que en materia de inversiones nos son aplicadas, son las mismas que rigen para el resto del mundo. El capital y la tecnología van, en los tiempos que corren, allá donde hay respeto de la ley, e instituciones respetadas y respetables.
Seamos realistas; nuestras mentiras son sólo eso y los anuncios, no son la realidad.
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