Los crímenes en contra de los estudiantes normalistas rurales de Ayotzinapa tienen la huella de un modelo económico en el que los jóvenes campesinos y su cultura son redundantes. Es decir, no hay lugar para los jóvenes campesinos que aspiran a una vida digna y en libertad. La juventud de Ayotzinapa se ha rebelado y los poderes establecidos han respondido.
En realidad, más que un modelo económico (con su mezcla absurda de políticas económicas) deberíamos hablar de un estilo de vida en el que la solidaridad es despreciable. La razón es que bajo el neoliberalismo se lleva al extremo la idea de que la sociedad es un apéndice del mercado y que las relaciones mercantiles son la esencia de la naturaleza humana.
En Ayotzinapa los jóvenes han manifestado su rechazo a esta forma de deshumanización.
En el neoliberalismo encontramos lo que Polanyi describe con claridad: en lugar de que las relaciones de mercado estén incrustadas en un marco de relaciones sociales, son las relaciones sociales las que se encuentran subordinadas al predominio de las leyes del mercado. Llevado todo esto al extremo en el neoliberalismo el resultado es que todas las instituciones sociales terminan siendo moldeadas para adaptarse a las necesidades del mercado.
Aquí encontramos el problema central de nuestro tiempo. En su lucha, los jóvenes de Ayotzinapa pugnan por mantener una escuela normal rural abierta. Es un instrumento de vida y de cambio social. Los gobiernos estatales y federal, así como la cúpula empresarial, han buscado por todos los medios satanizar y castigar a los estudiantes. Les parece que ceder en lo que piden los jóvenes es demasiado peligroso para su idea de orden social.
Y es que en el neoliberalismo, el sentido de la moral y la justicia debe reducirse al lenguaje de los contratos de negocios. El signo monetario de las ganancias y las pérdidas es lo único que importa. El mercado y el capital subordinan todo a su lógica, y los poderes no pueden permitir que alguien se atreva a desafiar ese orden de cosas. En Ayotzinapa los estudiantes han rechazado un mundo en el que la dignidad se mide en dinero.
El neoliberalismo lleva hasta sus últimas consecuencias la noción de que la sociedad no existe, como tampoco existen las clases sociales. Lo único que existe es un conglomerado de individuos, todos ellos egoístas: en ese conglomerado la ética de la solidaridad se reemplaza por la práctica del egoísmo en la perpetua búsqueda del triunfo personal. Y como el único y máximo espacio de interacción entre individuos es el mercado, las relaciones humanas son tasadas en términos monetarios y todo lo que no sea dinero es secundario o irrelevante.
Se dice sin cesar por los que alaban este sistema que en él los individuos son libres porque el Estado no restringe su conducta. Pero la realidad es que la libertad termina por irse a la basura en un mundo en el que lo único que importa es lo que puede ser cuantificado en dinero. O como dice Jack Nicholson en un diálogo del clásico film Easy Rider, es difícil ser libre cuando uno es comprado y vendido en el mercado.
Los estudiantes de Ayotzinapa saben todo esto y buscan una opción distinta. Desde el poder primero les impusieron la violencia del mercado y criminalizaron su protesta, pero los estudiantes no se rindieron. Hoy el poder les envía un proyecto de intimidación por el terror. Los estudiantes tampoco se han doblegado. La tensión y el peligro aumentan porque el poder no perdona esta afrenta.
La izquierda institucional lleva años entregada a los pactos y a la lógica de conseguir votos como fin supremo. Por eso es hoy copartícipe de este crimen. Es más, si algo ha demostrado la izquierda oficial es que no tiene ningún interés de promover la construcción de caminos de resistencia. Tampoco está interesada en abrir nuevos espacios de cultura, educación y reflexión que permitan a las clases oprimidas defenderse de la embestida neoliberal.
El desempeño de la izquierda oficial ha dejado una secuela de confusión sobre metas e instrumentos de lucha. Al final del día encontramos una buena dosis de desmoralización y de desmovilización. Es de esperarse que las luchas puntuales, como la de Ayotzinapa, se convertirán en puntos focales de reorganización política. Pero por el momento, no es exagerado afirmar que la izquierda institucional dejó al pueblo de México en un estado de indefensión frente a la agresión desde los poderes establecidos.
Es trágico, pero lo que hoy existe como izquierda oficial en sus diversos tonos ha mostrado una vez más su incapacidad para recuperar la iniciativa y para abrir alternativas eficaces para la batalla política.
La lucha de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa tiene una historia y es la de todos nosotros. Es la lucha por convertirnos en actores de nuestra propia historia. Y eso es lo que el terror y la militarización de la represión en su contra busca quitarles. Por eso el asalto del que han sido víctimas es una agresión contra todos nosotros. Eso es lo que configura un crimen de Estado. ¡Vivos se los llevaron y vivos los queremos!
Twitter: @anadaloficial