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El Presidente que me hubiera gustado ver

Katia D`Artigues
Viernes 28 de Novimiebre de 2014
 

Katia D`Artigues / Campos Elíseos


Lo sabía, creo que lo sabíamos todos, desde antes de escucharlo: La crisis que vive México hoy es tan honda, que cualquier cosa que hubiera dicho Enrique Peña Nieto dejaría a pocos satisfechos.

Así fue, al menos, para mí. No por las muchas acciones anunciadas (que suenan bien, habrá que vigilar con lupa que se implementen a cabalidad, habrá que vigilar que no se restaure un centralismo que le dé aún más poder al Presidente) sino por el tono, por esa incapacidad de conectar con los que lo escuchábamos, ávidos de creerle.

Tenemos un Presidente que parece robot.

Tan entrenado está en la escuela del acartonado y soberbio protocolo de la investidura presidencial que no se atrevió (¿quizá ni se lo propusieron?) a salirse del script: se dijo dolido e indignado y no se sintió; no se vio así.

Decir él, que ¿#TodosSomosAyotzinapa? ¿En serio?
El Presidente se seguía viendo, además, enojado como en su primer mensaje después de la gira de China, le cambiaron el guión de dos años.

Además el micrófono demasiado abierto recogía el “popeo”, algo que cualquier sonidista principiante se previene en evitar (un sonido como de chasquido) porque evita que el discurso llegue directo, pasa como si no hablara bien, como si se cortara. Revelaba que su boca estaba seca.

Es el tono de los últimos días, también fue el de la primera dama. Angélica Rivera, en el peor papel de su vida, nos hizo el favor de “explicar” cómo es que adquirió su patrimonio. Nos regañó por preguntar, por dudar.

La solución era la honestidad, el mea culpa (a nombre de los políticos) la promesa de cercanía y de cambio.

El atreverse a desnudarse en la plaza.

Yo hubiera querido que mi Presidente me viera a los ojos aunque sea 10 segundos… y no al teleprompter.

Me hubiera gustado leerle en su mirada su verdad.

No pude.

Creo que necesitaba llamar a todos —no solo a los medios como lo hizo después al llamar a cumplir la “cultura de la legalidad”— a contribuir.

Hacer de todos el compromiso. No ordenar mover, conmover. Conmover de a de veras.

Faltó autocrítica.

Quiere hacer todo diferente pero con los mismos: ni un solo cambio en el gabinete.

Eso sí, ahora vamos a hacer leyes que fuercen a las leyes —que no se cumplen— a obedecerse. Ahora si haremos cosas que desde hace años se habían planteado.

Durante dos años se ocupó en decirnos que Felipe Calderón se había equivocado, que estaba mal en su lectura de la guerra contra el narco y la delincuencia. Ellos sí sabían gobernar, hacer acuerdos.

Hoy les dio la razón.

No es guerra, pero si lo fuera, Calderón ganó la guerra cultural (aunque me duela escribirlo).

De pronto, decidió recordar que el primer Eje de su gobierno fue la seguridad, cuando casi durante dos años no tocó el tema más que contadas veces y todo estuvo centrado en el —hasta ahora— espejismo de bienestar que nos traerán las reformas estructurales. Del “Mexican Moment” al “momentito”.

Le faltó medir bien el dolor y hartazgo del país, pero sobre todo la falta de credibilidad.

El desprecio a todos los políticos (no sólo a él: ¡que no se lo tome así!).

No puso el ejemplo, no se despeinó, no hizo ni un ligero mea culpa.

¿Cómo hablar de medidas anticorrupción, de leyes que castiguen a empresarios que se confabulen con funcionarios públicos cuando él no ha aclarado lo de la Casa Blanca? Tampoco ha aclarado bien lo de la otra casa en Las Lomas donde —según me dijo a mí en una entrevista—vivió un breve tiempo tras la muerte de su primera esposa, Mónica Pretelini, es decir, como gobernador.

Había un dibujo de José Luis Cuevas dedicado a él en la pared.

¿Cómo hacerlo sin decir nada de la licitación del tren México- Querétaro?
Fue una bofetada.

¿Cómo creerle si no tocó ni al Estado de México y a Veracruz y todo se centró en Michoacán, Guerrero, Tamaulipas y Jalisco? Bueno, hay una razón sencilla: son bastiones electorales para el año que entra.

En resumen: ¿cómo creer que ahora todo va a ser diferente si él no cambió? Un líder pone el ejemplo.

No lo hizo. Qué gran oportunidad perdida.

El frente frío que afecta a medio país permeó su discurso.

Al final, cuando se acercó a su gabinete todos le aplaudieron, solícitos.

Bueno, es su jefe.

Peña Nieto, en agradecimiento, abrió los brazos a la altura de los hombros, con las palmas para arriba.

Sonrió.

No era momento para un gesto triunfante, ¿no que habíamos cambiado?
Por cierto que alguien informe bien al Presidente.

El Consejo Ciudadano para la Implementación de la Reforma en Derechos Humanos del 2011 ya existe.

En Gobernación.

No necesita crearse, a menos de que quieran remover al que existe.

Este consejo mandó una carta urgente y crítica a Miguel Ángel Osorio Chong hace justo un mes: el 28 de octubre.

En ella se pedían medidas para que el discurso sobre derechos humanos del Presidente fuera, de nuevo, creíble: el echar a andar ya puntos que se incluyen en el Programa Nacional de Derechos Humanos presentado, entre ellos el mecanismo independiente para la evaluación y seguimiento del mismo programa.

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