Carlos MONCADA OCHOA
Cuando se oficializó el resultado de la elección de 2009 escribí que comenzaría “el sexenio del odio”. Un periodista se siente orgulloso de ver cumplidas sus predicciones, pero yo lamento muchísimo haber acertado. La más extensa e intensa siembra de odio la hizo el gobernador Padrés para dividir a los sonorenses del sur y los del norte, pero hubo otros intentos, algunos exitosos: contra los proveedores, contra las empresas marginadas por el gobierno, contra los partidos de oposición, etcétera.
Mi libro “Asalto a Sonora” se ocupa del odio que sembró el gobernador en todos los campos, pero no es, en sí mismo, un libro de odio. Es un texto de indignación, de queja, de denuncia, con un propósito moral: describir las tropelías para que no se repitan, o si se quiere, para que no se den otra vez en la magnitud que tiene a Sonora paralizada por la dolorosa sorpresa.
El primer paso para evitarlo es no votar por el candidato de Padrés. En esta ocasión, no hay una lucha entre determinados candidatos y determinados partidos, sino un choque entre el principio de legalidad y las mañas para apoderarse de los recursos públicos, darle mordidas al presupuesto, favorecer a Juniors, amigos y compadres con los contratos de obra pública, falsificar documentos, traficar con las influencias, beber y atracarse a costa del erario, robarse terrenos municipales, meter a la cárcel a los enemigos aunque no hayan violado norma alguna, mantener asustada a la población, aliarse con narcos.
A nadie recomiendo por quién votar, pero a todos les advierto que si permiten que Javier Gándara Magaña gane la elección habrán condenado a Sonora a otros seis años de corrupción. El se entrenó en maniobras sucias como presidente municipal de Hermosillo. Y está dispuesto a repetirlas a nivel estatal.
¿Llevaba Gándara papel sanitario?
Sucede que cuando se acerca el momento decisivo de un episodio delicado de nuestra vida el cuerpo entero y la mente se ponen en tensión, y cuando se da el evento esperado y lo enfrentamos sin daño, la tensión desaparece de pronto y estallamos en una carcajada de gusto por haberlo superado.
Fue lo que le pasó a Javier Gándara, que tomó mil precauciones, consultó asesores, midió tiempos, porque como millonario de costumbres exquisitas está bien lejos de la idiosincrasia y las costumbres de los yaquis, le causan alergia, con el añadido de que quien lo hizo candidato –Padrés, pues—es el que tiene en la cárcel a dos líderes indígenas, Mario Luna y Fernando Jiménez, por el enorme delito de oponerse a la Construcción del acueducto, y no era poca cosa ir a dar la cara a compañeros de dichos dirigentes.
Tomó mil precauciones. Se aseguró de que estuvieran junto a él sólo yaquis comprados por el gobierno o yaquis indiferentes, y le dio prisa a la visita, y cuando salió de la ratonera, luego de haberse tomado fotografías para dar visos de verdad a sus mentiras, terminó la tensión y estalló la carcajada, no sólo de gusto sino de burla porque, según él, les había pintado un violín a los yaquis. Lo festejó, lo festeja aún con sus amigos.
Millonario de carácter mezquino y escasa hombría. ¿Qué habría hecho si alguno le grita: ¡Que suelten a nuestros dirigentes encarcelados!? Supongo que llevaba suficiente papel sanitario previendo las consecuencias del susto.
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