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BANDERILLAS: ¡Recobrar el liderazgo en el campo! ¿Se puede, candidata?

Carlos MONCADA OCHOA
Lunes 30 de Marzo de 2015
 

Carlos MONCADA OCHOA

Tú no lo viste, candidata. Eres muy joven. Pero te  puedo contar lo de Cajeme, lo de todo el Valle del Yaqui, de todo el sur. Yo nací allá.

Estacionaban los troques (así les decíamos) en cualquier calle, con los sacos llenos de ajonjolí. A veces por la presión de la carga, a veces por la travesura de un muchacho, se aflojaba la costura del costal y se vaciaban semillas que el travieso se echaba a la boca y las masticaba. Nunca me atreví a hacerlo pero era divertido oír la trituración.

Los éxitos fueron el algodón y el trigo, en ese orden. Los camiones hacían fila delante de las despepitadoras. La Anderson Clayton estaba en todas las bocas. La gente pronunciaba estas palabras gringas con más facilidad que las castellanas. El blanquísimo algodón daba trabajo a todos, los nacidos en Sonora o en Sinaloa, en Guanajuato o Michoacán. Llegaban ríos de hombres y mujeres a pizcar en grandes sacos.

Cuando comenzó la construcción de la presa del Oviáchic, la vida de Cajeme entró en una febril transformación. Yo estaba en la Secundaria. Arribaron agrimensores, ingenieros civiles, ingenieros agrónomos, médicos, albañiles, choferes. Cundió en el resto del país que el que venía a Sonora se hacía rico. El progreso se extendió al valle del Mayo y al de Guaymas. En el primer trimestre de 1952 se levantaron los almacenes de la Anderson Clayton en Empalme. Los tanques tenían capacidad para cien mil galones de agua.

La gente bonita, permanente huésped de las páginas de sociales, veía con recelo a los braceros. El gobierno federal condicionó la contratación para irse “al otro lado” a que trabajaran antes cierto tiempo en la pizca. Se resolvía la falta de brazos en favor de los agricultores y con el modesto gasto de cada  pizcador se fortaleció la economía de Empalme. ¡El trabajo es un milagro!

Ni hablar del trigo, y de la lucha con la Ceimsa, luego con la Conasupo, para mantener en nivel razonable el precio de garantía. Los agricultores se especializaron en pelearle los centavos y los pesos al gobierno por el trigo que necesitaban allá, en el sur del país, para los molinos que lo convertían en pan. Y cuando volvían de México rebosaban buenas noticias los periódicos (ya comenzaba yo a recorrer esos vericuetos).

La noticia cumbre se produjo la temporada en que la producción llegó al millón de toneladas de trigo. Llamarnos “el granero de México” era lo mínimo. “Llamarnos”, digo, porque todos, inclusive los que rara vez íbamos al campo, estábamos orgullosos de ser sonorenses. ¡Dábamos de comer al resto de la República! Veíamos de arriba hacia abajo a los fuereños. ¡Éramos los mejores!

¿Y qué sucedió, Claudia? No soy experto en el tema. Y si llamamos a uno para que nos explique nos aventará un rollo que aquí vamos a amanecernos. Para mí lo importante fue tu exposición sobre “el 10 en agricultura”. Aseguras que se puede y entre las soluciones, que son varias, destacas la investigación, lo que me lleva a recordar la previsión de los ingenieros Alberto Barnetche y Roberto Osoyo Alcalá, que en agosto de 1955 tomaron la previsión, en nombre del Distrito de Riego,  de comprar cien hectáreas para instalar un Centro de Investigaciones Agrícolas y Ganaderas.

Hay mucho de qué hablar, pues conste que no he llevado mis recuerdos arriba de Guaymas (en Caborca los productores escribieron páginas dramáticas), importante es asentar lo que afirmas:   que se puede revivir aquel liderazgo de la producción en el campo. Inténtalo, Claudia. Al ver una mujer que trabaja, estoy seguro de que no te dejarán sola. No te dejaré sola yo, el menos útil de los ciudadanos. Agarraré con mayor fuerza mi escoba de acero y continuaré la tarea modesta  de barrer la porquería en estos años acumulada.

carlosomoncada@gmail.com

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