Bienvenido el Papa a México, felicitemos a los fieles católicos. En un país donde el personaje más mediático era hasta hace poco un criminal, El Chapo Guzmán, cambia la perspectiva nacional cuando ese espacio lo ocupa un personaje religioso al que millones de mexicanos siguen con devoción, lo observan, lo escuchan y comentan lo que él dice o no dice.
Todo sería para beneplácito si no fuera porque esta "papamanía" deja al descubierto una grave crisis de lideazgo en la sociedad mexicana, donde parecería que no hay personas ni instituciones que tengan la credibilidad del papa Francisco. Esto es grave.
Los mensajes que hoy emite el Papa en sus discursos, y que algunos quieren exaltar como denuncias inéditas o presiones directas a los poderosos, en realidad no contienen ideas o propuestas nuevas que no hayan sido dichas o expuestas anteriormente por muchos, por miles de mexicanos.
Entiendo el valor o si se quiere "el peso moral" de los discursos papales, pero las reacciones que genera en la opinión pública son exageradas, como si apenas ahora nos diéramos cuenta de todas las desgracias y anomalías que menciona Francisco en sus discursos.
Las injusticias sociales, el uso del estado mexicano para favorecer a los más ricos, la marginación ancestral de los indígenas y el crecimiento tumoral del narcotráfico, son hechos que han denunciado y combatido organizaciones civiles, intelectuales, periodistas, creadores culturales, grupos comunitarios, dirigentes políticos, académicos e investigadores; algunos han debido pagar incluso con su vida por atreverse a luchar contra esos males y nadie se los ha reconocido, por el contrario, se les ha querido borrar de la memoria colectiva.
Es hipócrita y bobalicona la actitud que asumen muchos cuando exaltan las palabras papales como si fueran el descubrimiento de un México aberrante que no conocíamos. Allí ha estado ese México desde hace mucho tiempo pero no querían reconocerlo porque eso impicaba reconocer al otro que lo dijo antes del Papa, ese otro que por tener ideas diferentes -políticas, sociales o culturales- no merece ser tomado en cuenta.
Si el Papa ha mencionado todos esos problemas, incluso si hablara de los 43 normalistas desaparecidos, ¿alquien cree que el gobierno mexicano va a modificar su postura ante esos temas? Con un poco de objetividad nadie puede esperar que las opiniones de Francisco produzcan una reacción más allá de las palabras y posturas demagógicas por parte de quienes mal gobiernan a México.
Con muy buena intención algunos piensan que lo importante de un mensaje papal crítico sería el aumento de la presión internacional sobre el gobierno mexicano. Ingenuos. Foros y medios de comunicación de varios países han exhibido las corruptelas e ineficiencias de nuestros gobernantes pero a ellos esta "presión" no les hace ni cosquillas.
Somos una sociedad carente de liderazgos importantes y hoy volvemos a cometer el gran error histórico de esperar que la solución de nuestros problemas y el liderazgo ansiado vengan desde afuera.
El Papa se irá y nos dejará de nuevo en la orfandad moral, sin un líder o una institución en los que cifremos tantas expectativas de redención terrenal como las que ha suscitado Francisco.