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El calvario de los pelones

Jaime E. Mondragón M.
Sábado 05 de Marzo de 2016
 

Yo sostengo que las personas de abundante cabellera son especímenes típicos de etapas prehistóricas. Y aclaro que no trato de justificar nada. Mucho menos mi calvicie,  que debo aclarar que aún no es total y sí en cambio,  disculpen la vanidad,  me confiere un  ¨charming¨  muy especial. 

Mi tesis respecto de los melenudos no tiene nada de nuevo u original.   La establecieron y la han  consolidado célebres científicos y pensadores de todas las épocas. Algunos de ellos de abundante pelambre y otros tan calvos que deslumbran a conductores en días de mucho sol.

Charles Darwin, eminentísimo teórico de la evolución de las especies, sostenía que las personas pilosas parecen homínidos o seres en etapas de evolución temprana. Argumentaba este connotado investigador inglés que los muchos pelos en las personas tienen razones y explicaciones vinculadas a etapas genéticas de subdesarrollo o desarrollo incipiente, en tanto que Arturo Schopenhauer, filósofo de alcurnia con apellido de vino alemán,  relacionó los pelos largos con las ideas cortas.   

Quizá valga la pena comentar desde ahora que las tendencias a futuro muestran clara inclinación hacia la alopecia absoluta del ser humano,  entendiendo por alopecia la caída o pérdida del pelo.

Lo anterior no debe entenderse como una justificación o dispensa por la calvicie que lucimos algunas personas.  Al contrario.  En conciencia de lo que ello significa, los calvos debiéramos mostrarnos orgullosos de nuestros cráneos y cuerpos descubiertos. Al resto de los habitantes del planeta debe quedarles claro que en términos técnicos muy precisos se ha establecido una relación directa en los organismos:  a menor pelamen,  mayor desarrollo integral.

Las investigaciones han demostrado  que en el tiempo la naturaleza nos ha venido distinguiendo de los primates.  Nos distanciamos de ellos por las habilidades y competencias que adquirimos,  por nuestra supuesta capacidad de raciocinio y por las costumbres sociales que hemos desarrollado. 

Pero fundamentalmente nos diferenciamos por la dotación cada vez más escasa de pelambre. En palabras llanas:  los gorilas,  chimpancés y algunas suegras son simios comúnmente peludos,  en tanto que las personas de sociedades de alto desarrollo suelen ser lampiños y zurdos.

Por lo dicho se puede inferir que mientras más desnudos, mejor dotados,  aunque conviene aclarar que esta afirmación tan categórica no conlleva ninguna insinuación sicalíptica ni implicaciones raciales.  

Sin negar que entre los hombres de diferentes razas hay diferencias notorias que no pueden soslayarse y sobre las que puede especularse mucho,  yo sólo me refiero a la dotación de pelo. 

En la materia que nos ocupa me parece normal que a los alienígenas,  esos seres provenientes de otras galaxias,  los imaginemos carentes de pelo y vello,  toda vez que les suponemos una inteligencia superior a la nuestra.   

Más todavía: analizando el progreso genético de la especie humana a través de muchas eras históricas puede inferirse, con relativa certidumbre, que en el futuro seremos personas encueradas, no peludas. 

Y si tal es el porvenir, ya lamento desde ahora el espectáculo soberbio que habré de perderme. Aunque me queda la satisfacción de presumir que me he adelantado muchos años, siglos quizá,  al devenir anunciado del hombre.  

En función de lo hasta aquí expuesto y que constituye por su trato profundo e imparcial un análisis sereno y vasto en evidencias de toda índole, se deriva que la naturaleza concede un status genético superior a las personas carentes  de ¨chambrita¨.  O en franco proceso de perderla. Esta condición de excepción y elevado mérito es tan notable que la propia luz del sol le concede brillos impresionantes.  

Se entiende y explica entonces que la alopecia sea motivo de envidia de la gran mayoría de la población humana que todavía no logra desprenderse de su peluda condición de atraso relativo, la que no puede ocultar  aunque vaya al peluquero.

La historia dignifica a los calvos. El cráneo debidamente rasurado y exquisitamente decorado era signo de realeza en las cortes faraónicas.  También los mayas rendían culto a la cabeza descubierta y los apaches,  en exquisita labor estética que no acaba de reconocérseles, quitaban los cueros cabelludos de los intrépidos conquistadores del oeste de los Estados Unidos de Norteamérica.

En el ámbito cultural Miguel Ángel ocupa un sitio de honor.  El inmortal escultor hizo bellas obras y ninguna tiene vellos y pelos excesivos,  con excepción del Moisés,  cuya melena alborotada y barbas impresionantes tenían la encomienda de infundir temor en los seguidores.  

Los héroes de las grandes batallas de la antigüedad plasmados en grabados y pinturas son  todos de piel expuesta y en tal presentación se les tiene por hermosos.  Algunos de ellos alcanzaron inclusive el adjetivo de semidioses. 

En mi largo peregrinar por la literatura épica y fantástica no he batallado para descubrir dioses y héroes de escaso pelaje: ellos solos se presentan descubiertos, aunque aclaro que no pocos se gastaban melenas que envidiaron los propios Luises de la corte francesa y los rockeros actuales.   

La salud nos muestra también la conveniencia de prescindir de  pelambreras, ya que en adición a sus aspectos repulsivos estas selvas personales ofrecen condiciones propicias para asilar a insectos ingratos que pagan la hospitalidad que se les brinda succionando la sangre del desaseado anfitrión. Ya de esa abusiva exacción se encargan  con singular eficiencia las suegras y algunos parientes incómodos,  además de los políticos nacionales y los recaudadores de impuestos.  

Para evitar esos especímenes indeseables (en este caso me refiero a piojos y chinches),  la sabia naturaleza nos ha venido dando espacios corporales cada vez más abiertos,  más fáciles de cuidar y mantener a la vista. Es mi humilde  parecer que con esta evolución hacia la desnudez la Madre Natura ha mejorado también y muy notablemente,  el paisaje humano.

Lo profesional no queda al margen de nuestra disertación. El subgrupo humano de greñudos cuasi trogloditas  se asocia regularmente con muy bajos niveles de cultura y capacidad creadora,  aunque muestran vellosidad y fortaleza física que los asemeja con nuestros ancestros,  que en su caso no parecen muy lejanos. 

Por lo anterior, no puede uno imaginar a un alto directivo de una corporación internacional con cabellera abundante y pecho enmarañado,  por más que su billetera y posición de mando mejoren en mucho su apariencia brutal.  

Tampoco es atractivo fantasear con una mujer con bigotes zapatistas o con axilas muy pobladas. O con extremidades inferiores que ofrecen escabroso deslizamiento a la mano gentil del varón enamorado.    

En el amor los hombres brutos son preferidos por mujeres ninfómanas.  Son seres propicios para relaciones enfermizas en que los instintos son lo determinante. En cambio, las mujeres de gusto refinado los buscan tersos y expuestos en su totalidad.    

Abundando en esta cuestión,  nótese que en las pasarelas de los desfiles de moda,  los modelitos masculinos que exhiben se exhiben.  Y no he visto ninguno con ¨tejido incluido¨.

Para concluir este apartado he de decir que las cotizaciones actuales de galanes de cine y jetset ubican a los de cráneo mondo y lirondo en las posiciones de honor.  La calvicie hace moda y por ello son más los hombres que solicitan la depilación. Depilación permanente,  inclusive.  

La moda parece conceder el modo y en consecuencia,  las conquistas amorosas exigen mostrarse tan natural como se vino al mundo,  aunque magnificadas las dimensiones corporales.  Y por segunda ocasión se solicita al lector no caer en interpretaciones sicalípticas y se le ruega ajustarse al espíritu científico del estudio.

Una expresión muy mexicana me permite cerrar con razón irrebatible y elegante esta disertación:  “Hablando  ¨a lo pelón¨  se entiende mejor la gente”.  Hasta en la cultura popular se postula que nada debe ocultarse.  Todo a la vista es nuestro derecho.  Y nuestro placer.    

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