Ahora que hemos sufrido dos terremotos precisamente en este mes y que el ultimo haya ocurrido justo a los 32 años de otro gran terremoto, ha generado una ola gigantesca de solidaridad y desatado también el fatalismo a que ya estamos acostumbrados los mexicanos.
Las muestras de apoyo desinteresado y sacrificio por el bienestar de los demás han sido conmovedoras. Han recibido el reconocimiento y cobertura internacional en forma unánime. Todos admiran ese gesto tan humano y ahora tan mexicano de volcarse a las calles a ayudar desde los instantes en que todavía no se disipaba el humo y el polvo de la tragedia.
32 años son un instante en términos del tiempo geológico, pero que ahora en lugar de uno ocurran dos con muy pocos días de diferencia entre si evidencia inestabilidad creciente en la corteza terrestre. Lo mismo pasa con los huracanes que si bien no se han incrementado en número si en intensidad.
Pero como lo han señalado algunas personas, eso no basta para incluir a Dios como causante de los desastres que ahora en forma creciente acompañan a los huracanes y a los terremotos. Si construimos cerca de los arroyos, de las fallas geológicas o de los lugares cercanos a las costas en la zona ecuatorial del planeta, es evidente que nos va a tocar vivir esos fenómenos naturales que han estado sucediendo desde hace miles de años.
A raíz de estos dos terremotos seguidos y varios huracanes, que han afectado a México lo obvio ha sido superado por lo extraordinario.
Las redes sociales nos han convertido en testigos de actos heroicos y solidaridad extraordinaria. Casi de inmediato surgieron reclamos de modificar la manera de asignar los fondos presupuestales para quitárselos a los partidos políticos y que sean utilizados en la reconstrucción de las ciudades afectadas. Ambas cosas son de una magnitud que se esta convirtiendo en algo distintivo de México.
Hemos dado otro paso, en nuestro doloroso caminar, a la manera de los lisiados en vías de rehabilitación, para restablecer la dignidad perdida. Esa dignidad que no han podido robar quienes, desde los puestos de gobierno, se han dedicado y confabulado para hacerlo. Se han llevado, si, parte del dinero y las propiedades que son de todos, pero no han podido borrar la esencia de la espiritualidad mexicana, expresada en una especie de “todos estamos buscando a alguien”. Muchos lo están haciendo físicamente, otros lo seguimos haciendo de otra forma al tener parientes o amigos en las zonas devastadas, lo hacen también en forma figurada los que por el solo hecho de enviar materiales de apoyo a los damnificados, se dirigen a algún hermano desconocido en desgracia.
Fue patético ver a legisladores dar respuestas legaloides y al presidente evasivas de porque no pueden re asignar parte de los dineros que les corresponden por las próximas elecciones. ¿Con que cara van a presentarse en los lugares de la tragedia a solicitar el voto, casa por casa, empresa por empresa, si estas no existen o no pueden ser utilizadas ??. Sin embargo, no van a poder evadir esta avalancha que ya se les vino encima.
Los terremotos de los últimos días son como una especie de catarsis: lo que es una gran tragedia para el pueblo, es visto solo como algo inoportuno por los políticos que se aprestaban a iniciar campañas electorales y a la vez un gran reto para los gobernantes que están obligados a sacar adelante a sus ciudadanos, precisamente cuando estos ya demostraron ser capaces de sobrepasarlos en velocidad y en cantidad.
La paradoja que nos planteó la historia en común como mexicanos ha sido expuesta una vez mas. El acertijo ya esta solucionado: comunicados y resueltos podemos cambiar el curso de las cosas.
O tenemos que esperar otro terremoto ?