Desde los comicios electorales del 2000 a la fecha, la esperada alternancia del poder, que, para alguna mayoría se ha catalogado como fallida con respecto a la perspectiva de un cambio real que anhela la sociedad, no ha sido satisfactoria en temas torales para el País. Uno de ellos, es el combate frontal a la corrupción en todos los ámbitos, pero sobre todo a nivel del “political stablisment”, donde la ciudadanía damos por hecho que es donde permea más este flagelo de la política nacional, conceptuando al político como corrupto. Estigma que pocos han logrado quitarse. Aun así, persiste y según se vislumbra, persistirá, como también el bajo nivel parlamentario de nuestros políticos y más en los Congresos de los Estados. Existe un bajo nivel cultural o por ende de debate. Por supuesto que no necesariamente deben tener los congresistas maestría o doctorado; pero si cuando menos, con un consistente nivel de cultural general. ¿Pediremos peras al olmo? Quizás solo que sepan “ler” y analizar el entorno Estatal o Nacional y un mayor nivel de participación con fundamento legislativo.
Cada cambio del poder político (más no de régimen), se habla de transición política. Se entiende por ésta: todo período de cambio entre dos situaciones políticas estables. En un enfoque más específico, las transiciones políticas que han sido objeto de frecuentes estudios politológicos
son: la transición al autoritarismo y la transición a la democracia.
La transición al autoritarismo en general se produce como fase de reacción en procesos de democratización de tipo dialéctico (aunque éste método de dialogo y técnica retórica para descubrir la verdad, la mayoría de las veces resulta ambigua), tardío o formas combinadas.
Generalmente suele usarse la expresión transición a la democracia para mencionar el período que va desde las postrimerías de la vigencia del régimen autoritario a la vigencia del régimen democrático; y la expresión transición democrática para el período de consolidación posterior a la vigencia de la democracia. Según Share y Mainwaring, hay tres tipos de transición a la democracia: La transición por colapso, transición por autoexclusión y la transición por transacción.(Fuente: Arnoletto, E.J.: Glosario de Conceptos Políticos Usuales, Ed. EUMEDNET 2007, texto completo en http://www.eumed.net/dices/listado.php?dic=3). No ahondaremos en esto último, pero pueden consultar la fuente. Quizás dos o las tres encajen en lo sucedido en el pasado proceso electoral 2018.
Lo que si sucede en todo proceso electoral es una transición “rápida” de la ciudadanía, en cada uno de estos momentos. No solo involucra a la ciudadanía participante, principalmente a la militancia o simpatías de los diferentes partidos en competencia (ahora en tres frentes de coaliciones). Estos cambios “de talante ciudadano” y de los candidatos ganadores y no ganadores se dan en tres tiempos, desde el inicio de las campañas hasta el final del proceso. La transición “verdadera” de la: Furia, fobias, euforia y el remanso pacifico. La furia enjundiosa al inicio de campaña, llegando en ocasiones a la violencia verbal, denostaciones y como sucedió en este proceso, insólito, hasta privar la vida a candidatos relacionados o no al mismo proceso electoral (más de 120 asesinatos). Debates de café o en tertulias, donde el fanatismo de algunos, en defensa de tal o cual candidato, se convierte en agresivos puntos de vista, que pocos están exentos, cuando participan. Las furias también, se manifiestan entre los perdedores, buscando culpables del fracaso en cada uno de los dirigentes o militantes al interior de los partidos políticos. Quizás esto enturbie un verdadero análisis de los motivos (de los “Lupus politikón”).
Las fobias, temores que a veces caen en lo irracional, en odios o antipatías sin o con, a veces concretos fundamentos. Las PRI fobia, Pan fobia, Moreno fobias, etc. Los políticos “pragmáticos”, estas fobias les vale…son entes que se adaptan, para no morir en el plano político. Dejan el saco de sus convicciones colgado en desvencijado perchero.
La euforia del triunfo, con manifestaciones de alegría y de conciliación en sus discursos; pero otras, la embriaguez del éxito conseguido, se combina con una evidente furia ante los perdedores – como algunos “quemaditos” personajes que ganaron un puesto de elección, que como el cuento de la tortuga que estaba encaramada en un poste y nadie se explica, o mejor dicho no se entiende como llego a subir, ese animalito. Las circunstancias de la política, tal vez lo explicaría, en parte-.
Al final, la etapa del “remanso de paz” poselectoral, donde se detienen todas las anteriores manifestaciones y los dichos y diretes quedan olvidados con el indiferente decir: “es que andábamos en campaña”.
Quizás a mucho, me incluyo, se nos va dificultar creer en ese “pacífico remanso”, aunque queremos que sea así. Estamos dispuestos a creer, para que se construya una “República amorosa, pues las buenas obras son amores”. Pero ojalá, no sea la construcción de un insensible y tecnificado “Mundo Feliz” como el de la novela de Aldous Huxley o en la filosofía hippie, de prohibido prohibir, donde la libertad comienza por una prohibición. Donde lo prohibido en libertad, se puede volver libertinaje, en aras del “amor y paz” no supeditado al raciocinio del verdadero libre albedrio de los seres humanos.
La verdad histórica nos la dará: “La sabía virtud de conocer el tiempo”. Renato Leduc.
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