A Cocorit lo abandonaron, lo abandonaron de poco a poco, lo fueron olvidando sus antiguos pobladores, unos por razones naturales, es decir por la muerte, otros por esos casos de la vida de buscar un mejor porvenir.
El poder económico y político de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, se diluyó, se trasladó al naciente pueblo de Cajeme, luego Ciudad Obregón.
Cócorit es como la vieja canción de José Feliciano, con la diferencia que no cuenta con colinas. A decir: Pueblo mío que estas en la colina, tendido como un viejo que se muere, la pena, el abandono fue tu triste compañía.
Está claro que Cocorit no alcanzó a morirse como pueblo, pero si se alcanzaron a morir muchas de sus raíces, de sus tradiciones, de sus riquezas históricas. Pero no murieron solas, las mataron.
Es claro también que quedan algunos recuerdo de este pueblo centenario, donde habitaron ilustres personajes, pioneros del Valle del Yaqui, como José María Parada, Gerardo, Jesús Antonio y Albino Parada, Vicente Mexia, Francisco Valenzuela ” Chico Prieto”, los hombres consentidos de Rodolfo Elías Calles que después fueron los pioneros de Ciudad Obregón.
Por razones no muy claras, desde hace algunos años hay quienes quieren imitar o revivir pasajes bíblicos, como aquel de Jesús y su amigo Lázaro, cuando Jesús le dice lleno de ternura: Lázaro, levántate y anda.
Desgraciadamente en Cocorit ya no hay río y sin río no hay agua y sin agua no hay vida.
En Cócorit ya hace mucho tiempo que no hay feria de San Juan, es decir como las había antes, como la tradicional, que la hizo famoso.
A reserva de dos o tres ya no hay edificios viejos que hablen de su pasado glorioso, de aquellos hombres forjadores de la historia del Valle del Yaqui, de Rafael Parada que, cuentan, tenia mulas, lo equivalente a tener tractores hoy en día, manadas de mulas que trajo del Quiriego, con las que se convirtió en constructor, manadas de mulas que con su esfuerzo construyeron los canales, las mulas que eran la fuerza para construir los canales de riego.
Ahora otra vez se tiene por fuerza que culpar al gobierno por dejar que se mueran tantos pueblos, y de algunos que no alcanzaron a morirse, como Cócorit. Tal vez no hubiera sido mucho la inversión para detener su muerte, no que ahora, con aquel remordimiento de conciencia o tal vez por intereses particulares o de grupo pretenden convertirlo en Lázaro y decirle: levante, tú no estás muerto.
Pero no hay milagros, ni magia.
Los milagros ahora quieren verlos por el lado de acuerdos de Cabildo, como si revivir un pueblo fuera cosas de decretos.
Alberto Cortez dice que los gringos compran siempre cosas viejas, recién envejecidas.
Tal vez por eso a últimas fechas, a algunos alcaldes les ha dado por reinventar un pueblo, en el que se construyen casas nuevas como si fueran envejecidas para tratar de darle una imagen que no es la suya, como aquella muchacha que no cuenta con la gracia de la belleza y a base de maquillaje y de implantes la transforman en lo que no es, ni lo será nunca.
Ya no hay milagreros, ya no hay magia que pueda transformar este pueblo y volver a ser lo que fue y como fue, pueda que a lo mucho se logre un poco de semejanza.
Dicen que por ordenanzas de la autoridad, se deberán construir casas con olor e imagen de antaño.
Como ordenanzas de una vieja dictadura.
Tal vez de esta manera, los hombres y mujeres de izquierda podrán decir: La burguesía invade e invadirá esta tierra y alguien les dirá que es cierto, pero con la concebida razón que ahora la burguesía también transita por la senda del izquierdismo.
Pero qué necesidad hay de eso, ya no se puedan hacer milagros ni sortilegios para transformar un pueblo.
Dicen que sin el agua hasta los aguacates empezaron a escasear, las matas se secaron.
Hace algunos días, mi tía Lucia, a quien la pobreza la llevó por esos caminos que conducen a Los Ángeles, California, y le dio por hacerse gringa con todo y papeles y ya sabiendo el idioma inglés, volvió después de más de tres décadas de ausencia y según me dijo, no sé que tanto habrá de cierto, que fue a Cócorit a comprar cajeta de guayaba y que antes de llegar al pueblo le dio mala espina y un mal presentimiento por lo que se respiraba en el aire o más bien dicho por lo que no se respiraba en el aire.
Con ese idioma mocho que se les va olvidando a los que se van de aquí, mi tía Lucia me dijo:
Oh nou, mi darme tristeza, Cócorit no haber cajeta, porque no haber guayaba, hasta que llegue de Guanajuato o de Tepic, por eso cuando yo llegar a Cócorit no oler a Guayaba.
En verdad no se qué tan cierto sea lo que me contó me tía Lucia, la de Los Ángeles.
Pero para animarla yo le conté que el Gobierno Municipal quiere hacer de Cócorit un pueblo mágico y ella me contestó: La magia de Cócorit, ser el olor de la guayaba, Cócorit ya haber perdido su olor.
v