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Viernes 31 de Ene de 2025
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La poesía, testigo de la historia.

Roberto Arizmendi
Domingo 04 de Novimiebre de 2018
 

Discurso del autor al recibir la "Presea a la Excelencia" que le entregó la Agrupación para las Bellas Artes durante el X Festival Artístico Cultural por el 25 aniversario de la organización que preside Irma Arana.

 

Confieso que he sido un hombre afortunado. 

Desde la infancia, mi vida estuvo impregnada de arte, poesía, belleza y optimismo, por lo que recibía del ambiente familiar y del medio social.

En mis venas llevo sangre sonorense, por la vía paterna. La familia se asentó en el norte, en Cananea, Nacozari y la Sierra de Sonora, pero mis primeros años los viví en Aguascalientes, de donde somos oriundos mi madre y yo. Con mucho orgullo pregono ser descendiente de una cultura originaria de Sonora, pues gracias a una tatarabuela, por mis venas corre sangre pima, del Bajo Pima.El Aguascalientes de los años cincuenta y sesenta tenía un innegable sabor pueblerino, de cierta melancolía en las tardes taciturnas, al ritmo de las campanadas de las iglesias y sus rezos, pero con la multiplicidad de colores y tonos de sus vivos ocasos refulgentes, que surgían cada tarde para despedir majestuosamente el día.

La Tía Mercedes escribía poemas amorosos, sociales, anecdóticos y hasta históricos. Mujer musical y creativa. Maestra de español y literatura que con gran entusiasmo me platicaba historias del Siglo de Oro Español y de los creadores peninsulares, en relatos tan vivenciales como si hubieran sido parte de sus experiencias cotidianas, la tarde anterior.

El Tío José escribía canciones o poemas que musicalizaba para consumo familiar.

Y Nico, la gran Tía Nicolasa, era un poema en vida; recorría los escondrijos, patios y rincones de la casa, envuelta en su mundo de sueños e ilusiones.

Mis hermanos Martha Elena, Héctor Miguel y Gustavo Jorge, con su vivacidad, construían poemas de vida, sin saberlo…

Y mi madre, maestra y acuciosa lectora, entresacaba versos o estrofas de los poetas de la época; frases, aforismos o apotegmas de libros de filósofos y pensadores, o adagios que se convertían en máximas, para sustento de su pensamiento y su actuar cotidiano, extremadamente religioso, pero siempre radiante e iluminado con música y canciones de la radio. Todo en la vida de mi madre era adicionado con un profundo optimismo que hacía de su vida cotidiana una fiesta permanente. Hasta para las adversidades e infortunios encontraba un camino más terso para recorrerlo, mostrando a sus cuatro hijos una franca sonrisa generosa. Nos educó para ser felices.

Los célebres Juegos Florales de Aguascalientes, se realizaban en el marco de la Feria de San Marcos desde 1931; vestían de fiesta poética a la ciudad y le dieron paso en 1968 al Premio de Poesía Aguascalientes, el certamen de poesía más importante de este país.

Por los años cincuenta aparecían unos libritos muy baratos en edición rústica, con novelas de Corín Tellado, en entregas semanales. Un buen día la Editorial Bruguera decidió hacer ediciones similares, pero de poesía, también de entregas semanales, con el sello “Colección Laurel” y un promedio de 120 páginas en papel revolución. Gracias a su precio módico y asequible, a los doce años pude comprar mis primeros libros. Iba al puesto de periódicos y adquiría por dos pesos, poesía de, entre otros, Lope de Vega, Gustavo Adolfo Béquer, Luis de Góngora, Amado Nervo, José Asunción Silva, Las mejores poesías de amor puertorriqueñas con poemas de Julia de Burgos, Francisco Matos Paoli y José de Diego, entre otros títulos.

Y dos de mis maestros de literatura de secundaria y preparatoria, Elvira López Aparicio y Eutimio de la Serna Chávez, también hicieron su aporte. Siempre entusiastas, estimularon la lectura y el aprecio por la poesía y el cuento, principalmente; pero impulsaban sin recato a quienes gustábamos de escribir.

Ese fue el ambiente en el Aguascalientes de mi infancia y adolescencia.

Aprendí que la poesía esencialmente se vive y en ocasiones también se escribe.

He sido recorredor infatigable de caminos, buscador irredento, amante que ofrece y espera, romero y peregrino que predica y escucha, gambusino que escudriña entre las humedades todas, para encontrar lo esencial del ser y del saber, del cotidiano acontecer y del universo que por definición es infinito.

Abrigo la certeza de que el ser humano es ser inacabado que se construye a diario y recorre las horas en una línea sinfín, siempre consigo y con los otros, pues no se arriba a las metas solo, ni solos podemos doblegar la adversidad y gozar en plenitud de la belleza que el universo ofrece.

He perfilado en el sueño, personas, circunstancias y colores, y he despertado, temprano, para empezar a construir desde la madrugada los cimientos de un mundo diferente, cercano al anhelo o al deseo, sabedor de que la vida es el reflejo de decisión y esfuerzo conjuntados, seguro de que el hombre construye sus linderos y expande sus espacios en el diario ejercicio de su libertad, convertida en amor que de múltiples maneras expresa y vive.

La muerte no existe. Somos y permanecemos en los otros: los hijos, los nietos, los amigos…. habremos de trascender en ellos y con ellos. Desde que dejamos la infancia y nacemos para el amor, nuestro camino queda marcado por el color de nuestro insaciable deseo de ser y trascender, por el anhelo irreductible de poder construir nuestros anhelos y decantar nuestra esperanza. No hay tiempo para vacilaciones. 

He encontrado en el mar estímulo constante, he aprendido el valor de la mesura y el ritmo o el coraje eventual para enfrentar tormentas. Como la vida misma, el mar es espacio de tránsito para navegar doblegando adversidad y enfrentando retos, pero buscando siempre la manera de alcanzar puerto de arribo, en donde alguien aguarda, y hay reloj y calendario que precisan el instante.

He abierto las puertas de mi casa para que llegue el viento y se funda con el sol y las sonrisas; para que los colores inventen arco iris diversos y profusos, y el diario quehacer invente de manera distinta otro alfabeto.

Descubro en jardines y praderas, un mosaico de inéditas escenas, en donde el ser humano reposa o sueña. En la lluvia, la reiteración de que la vida es conjunción de humedades y sendas por trazarse. En el amor, el tiempo del gozo y de la dicha, la confrontación de diferencias, la fuente de donde surge el tesoro que sacia y transforma, que define plenitud y asombro, que concreta la dimensión del tiempo, la construcción de historias, la condición esencial del ser que se completa y realiza.

En este camino recorrido, descubrí la palabra; y con ella avanzo para decir, describir y compartir mi tiempo, para dar santo y seña de amor y desencantos, de plenitudes y esperanzas, de horas de ansia por aprenderlo todo, y desaliento -a veces- por la escasez del tiempo que se acaba.

En mis textos dejo constancia de ese tiempo, de las horas vividas y escritas como urgencia y testimonio. Al fin y al cabo, viajero infatigable, dejo textos escritos en una sala o una alcoba, en un cuarto de hotel, en cualquier ciudad, país o continente, en un avión o en el estudio, de noche, de día o de madrugada. Textos que se comparten como el aire común que respiramos o el anhelo donde confluyen nuestros sueños.

Mi poesía, entonces, es la expresión de todo lo que vivo, observo, asimilo, asumo e internalizo, volviéndola expresión esencial de lo que en la vida logra emoción, anhelo, sentimiento, razón, fuerza y compromiso para compartir el tiempo con todos, pero sobre todo para, juntos, hacer realidad los sueños y construir la historia.


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