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Vestigio de la Liga 23 de septiembre

Raúl Héctor Campa García
Martes 24 de Septiembre de 2019
 

Enero de 1976, iniciaba mi servicio social, como médico pasante, en un recóndito pueblo de la Sierra de Chihuahua; en Chinipas, todo transcurría en la monótona cotidianidad pueblerina, nada “importante” acontecía en ese pequeño poblado, cabecera del municipio del mismo nombre.

Mis consultas normales, en un Centro de Salud C (Rural), de la Secretaria de Salubridad Pública (en ese entonces, SSP), uno que otro caso muy delicado y la atención de partos en el pueblo y algunos enfermos y partos atendidos en las rancherías dentro del municipio, que tenía que ir a asistir a lomo de caballo, haciendo en ocasiones 2 o más horas, a veces cabalgando desde temprano y regresando en la oscuridad. 

En una ocasión el esposo de una señora embarazada que iniciaba su trabajo de parto, y que vivían en una ranchería enclavada en la abrupta serranía chihuahuense, requirió mis servicios como médico. Le pregunté, el porqué no la había bajado al Centro de Salud. Me contestó que era muy difícil bajarla al poblado que estaba a dos horas y media del pueblo, a caballo. Por eso vengo para que me haga favor de ir a verla. ¿Podrá? Me dijo. Sí, vamos, le dije. 

Salimos al rumbo indicado, el hombre llevaba otro caballo para mí (Sabía que no me podía negar. Es parte del espíritu asistencial que debe tener el médico). Amarré en la cabeza de la silla de montar, mi maletín con lo indispensable para la atención de un parto (guantes, pinzas, tijera de corte, gasas, alcohol, suturas, ligaduras para el cordón umbilical, solución antiséptica, etc.) y un… ¡ayúdame Dios mío!, en silencio.

Después de más de dos horas de cabalgar por la sierra, llegamos a la humilde casa del ranchero. Eran como las 5 de la tarde. Revisé a la señora, 28 años, tercer embarazo, la altura uterina (a la palpación abdominal), indicaba un embarazo de término, ausculté con mi modesto estetoscopio Pinar metálico (instrumento parecido a una pequeña trompeta acústica), que se usaba para escuchar los latidos (fetales) del bebé en su lecho intrauterino (el útero, era el lugar más seguro de los niños antes de nacer, defendiéndose contra, donde empieza la cultura de la muerte: el aborto provocado). 

La frecuencia de su corazoncito, de 140 a 150 latidos por minuto, rítmico. Hacia 3 horas que había iniciado el trabajo de parto efectivo. Dilatación del cuello uterino de 4-5 cm y contracciones uterinas frecuentes (de 2 a 3 contracciones en 10 minutos). Todo bien. A las 7 PM, al tacto había dilatación completa, el parto era inminente. Acostada en un catre, en posición para el parto, recargada su espalda en tres almohadas; el respaldo de dos sillas de madera forrado, con sabanas dobladas, los utilicé como “pierneras”, recargo sus piernas, en ellos, se le hace el aseo del área genital, previamente había esterilizado el instrumental aplicando alcohol y a fuego directo encendido con un “fosforo”. Ya con los guantes puestos previo aseo exhaustivo de manos; sentado en un pequeño banquito, se inicia la atención.

Se rompe la fuente espontáneamente; líquido amniótico normal, en 6 contracciones más asoma su cabecita, una hermosa bebé, soltando un enérgico llanto (nació 8 PM del mes de abril 1976, peso aproximadamente 3 kilos, a ojo de “buen cubero”, no había báscula); llanto que probablemente, en la quietud de la sierra, se escuchó a centenas de metros a la redonda de ese humilde hogar. La alegría entró a esa casa y a mí la tranquilidad me volvió al alma: Niña, producto de Parto eutócico (normal), dicen los obstetras. Todo bien, bebé sanita, inmediatamente prendida al seno materno.

Me ofrecieron cena, dos trozos de carne seca y un plato de frijoles de la olla, con queso fresco y tortillas de maíz, recién hechas en casa, una taza de café de talega – sin agra. 

Tuve que partir (9PM), querían que me quedara a dormir y que me regresara a Chinipas por la mañana; pero tenía pendientes, ver a varios pacientes en el pueblo. El esposo me acompañó de nuevo de regreso. Se sabía el camino como la palma de sus rusticas manos y su intuición de hombre serrano. La luz de la luna de abril de ese año, nos ayudaba “iluminando el sendero”.

De repente se escuchan a lo lejos, unos disparos de pistola o de fusil. NO se asuste “dotor”, me dijo mi acompañante. Han de ser algunos desparramados guerrilleros que quedan de la Liga 23 de septiembre (Llamados así en honor a la guerrilla que asaltó el Fuerte del ejército mexicano en Madera, Chihuahua, la madrugada 23 de septiembre de 1965). ¡Hay Dios mío…en la madre! …susurré – y casi lo otro también- en silencio. No hay problema “dotor”, son jovencitos a toda madre, a nosotros no nos hacen nada. Pero tome un trago “pal susto”, es sotol (fuerte bebida alcohólica originaria del Estado: mezcal que contiene más de 40 grados de alcohol). Han de andar cazando algún venado o conejos, para comer…no se asuste ¡ándele “échese un buche pa la tranquilida”!  Me eché el trago directo de la botella, sentí que las garras de un gato me arañaban el trayecto del esófago. Ya anestesiado el cogote, me tome otros tragos. Al rato le empecé hacer segunda, al ranchero, cantando varias canciones, a la luz del cielo estrellado: “allá tras la montaña, donde temprano se oculta el sol, quedó mi ranchito triste y abandonada ya su labor”. El trayecto se me hizo corto. Eran las 2 de la mañana del siguiente día, cuando llegamos a Chinipas, al Centro de Salud. Regreso a la rutina pueblerina, a mis rutinarios pacientes.

Dos semanas después, se nota un gran “ajetreo” en el Pueblo, un comando del ejército mexicano, había llegado a Chinipas. Antes de aquella atención del parto, en aquella ranchería, no había escuchado de la guerrilla 23 de septiembre. Se rumoraba en la comunidad, que venían en búsqueda de los “alzados”. Por la noche, estando en el Centro de Salud, escucho el ruido de pasos marciales, propio de los soldados. Se detienen por fuera del Centro de Salud, tocan la puerta y les abro; eran dos soldados. Buenas noches doctor, me saludan. Buenas noches – respondo- que se les ofrece. Venimos a que por favor consulte al compañero, se siente mal y no traemos al de sanidad en esta ocasión. Adelante, pasen al consultorio. Solo pasa el soldado enfermo y el otro se queda en la salita de espera.

Lo interrogo y lo exploro. Tenía fiebre, dolor de faringe (odinofagia, le dolía al tragar) y dolor del cuerpo, en las coyunturas. Además de constatar la fiebre, solo encuentro unas amígdalas grandes (hipertróficas), purulentas, y mucho dolor para tragar. Le aplico un antitérmico - analgésico de aquella época (dipirona) y le prescribo Penicilina Procaínica de 800 mil unidades, cada 12 horas intramuscular y reposo. Pero antes de salir del consultorio, le pregunto ¿a qué se debe la presencia del ejército en el pueblo? En voz baja me cuenta, que vienen por unos guerrilleros que andan merodeando por el municipio. Se despiden de mi dándome las gracias. No cobré la consulta (por si las moscas). 

A las 12 de la noche, escucho de nuevo los mismos pasos marciales. Los soldados venían de regreso de su “encomienda” (hacía 2 horas, de la consulta al soldado). Me asomé discretamente, por una de las ventanas del centro de salud. Vi a los soldados, tres de ellos jalando un burro cada uno, que cargaban sobre sus lomos los cuerpos atravesados de tres personas, atadas de pies y brazos. No pude conciliar el sueño.

A las 9 de mañana tocan de nuevo la puerta del Centro de Salud, es el pasante de abogado que funge como ministerio público (cursaba su pasantía). Doctor- me dice- lo espero en la alcaldía, necesitamos que, de fe de la muerte de tres personas, para que …  realice el dictamen pues. Llegué al lugar, me pasan a un cuarto con piso de tierra donde yacen tres personas muertas, a lado de cada uno un fusil. Tres jóvenes, con aspecto campesino, con cierto grado de desnutrición, los tres tenían heridas por proyectil de arma de fuego, en el pecho y su respectivo tiro de gracia en la frente. Un soldado resguardaba la entrada del cuarto. Le pregunto al soldado y al pasante de abogacía, que si quienes eran y que delito habían cometido. Eran guerrilleros – me dice el soldado- tuvimos un enfrentamiento con ellos. Y ustedes, no tuvieron bajas o heridos – pregunto de nuevo- No doctor. El pasante de abogado, me apura. Mire doctor lo que se necesita es el dictamen de la muerte. Pues lo que veo aquí -le respondo- son tres jóvenes malnutridos que fueron fusilados, estos pobres, estaban tan jodidos, que dudo hayan tenido fuerzas, para cargar un fusil. Entonces, el Licenciado –pasante- discretamente me hace una seña poniendo el dedo índice de una mano en sus labios, para que me calle. Le entiendo, pero alcance a decirle. Pues estos “cadáveres, están biiien muertos, por hambre y por plomo”. Me salgo, a tras de mísale el abogado y un sargento. Doctor – me amenazó el soldado- tenga cuidado con lo que dice.

Ese mismo día enterraron a los tres cadáveres en una fosa común, en el panteón de Chinipas. ¿Quiénes eran esos escuálidos jóvenes? “Pos, unos dicen que los vinieron a jusilar acá en el pueblo”. Otros que eran chivos expiatorios, haciéndolos pasar por guerrilleros de la ya casi extinta liga 23 de septiembre (1973-1983). Allá en el olvido, en una fosa común en la sierra de Chihuahua, quedaron tres jóvenes, quizás idealistas, unos de tantos olvidados de una “izquierda actualmente desmembrada”. Otros, hoy fueron homenajeados.

Tres semanas después, por un conflicto que tuvo un compañero pasante con algunas gentes de otro pueblo de la sierra de Chihuahua, hicimos, a indicación de SSP, una permuta. Él, terminó su pasantía en Chinipas. Yo en Guadalupe y Calvo, Chihuahua. UFFF, esta es otra historia.

 

raulhcampag@hotmail.com 

 

 


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