No podría dejar pasar desapercibida la ocasión, de celebrar este acontecimiento social y político del segundo aniversario, de la gesta heroica del primer presidente, surgido del voto y la voluntad popular. En aquella ocasión (hace dos años) pude palpar la esperanza reflejada en los curtidos rostros de los adultos, el cívico anhelo de ver realizado un sueño imposible, el respeto al voto popular; el ambiente lo indicaba, se respiraba en el aire la resignación de los contrincantes en la batalla electoral, las encuestas por primera vez no mentían, y el “mejor que ni lo intenten”, se reflejaba decidido en sus cansadas frentes (los hados lo sabían).
La esperanza, era una imposible gota de agua en un desierto desecado por una dictadura perfecta, cuando de pronto, una tormenta de pacificas nubes cerraban los espacios de anhelos frustrados, acotando posibilidades. En las altas esferas del poder, se buscaban imposibles fórmulas matemáticas, caídas del sistema, golpes improbables de estado, y al final, resignación, buscando salidas probables para salvar ya no la dignidad política, sino culpas penales desprotegidas de complicidad. Finalmente se diseñó un improbable “besamanos conciliatorio” y surgió la luz de la democracia, los antes alquimistas se convirtieron de pronto en defensores de oficio de la voluntad popular. ¡Sálvense quien pueda! Tan democrático era el juego que el presidente en turno reconoció el triunfo, antes que los que aun contaban votos. !Consumatum est!
La gente en las calles, en sus casas, tomaban el triunfo como algo personal como si alguien de su familia (todos somos Obrador) se hubiese sacado la lotería o su equipo favorito hubiese ganado la champión de su barrio.
En aquel memorable día (porque históricamente lo fue) mi voluntad, como la de muchos, estaba ya decidida por quién votaría y por inercia por toda la formula, aunque se colaran oportunistas, tomboleros (no confundir con teiboleros), egocéntricos, ex mapaches y traidores de conciencia. No importaba, debería de ganar el color, ya después comenzaría el deshoje. A la salida de la urna en todos los rostros se veía una sonrisa de satisfacción, como si se hubiera realizado una travesura o su voto fuera el decisivo para que su gallo ganara, mentalmente, chocábamos las manos o intercambiábamos satisfechas sonrisas del deber cumplido.
Me pregunté, ¿por qué voté por él? Primero por justicia, por las dos veces que “haiga sido como haiga sido” con fraudes y triquiñuelas legales nos habían impedido el respeto a nuestro voto. Segundo por necesidad democrática, ganando él, toda la oposición vigilaría cualquier movimiento corrupto (nadie incluyó “el aseo de sus zapatos”) y hasta la fecha no se le ha podido demostrar ninguna fechoría. Tercero, porque sabía que tendría que hacer algo que justificara su lema de campaña o propósitos: La 4ta Transformación. Eso implicaba una lucha implacable en contra de un sistema corrupto en todas las variantes posibles.
Me encontré con un presidente maduro, con una memoria intelectualmente respetable (no como otros) inteligente políticamente hablando, aunque su hablar sea más lento que sus acciones, tal vez corriente (para muchos) pero no vulgar, consiente de su momento histórico que le permitirá la oportunidad desechada por sus antecesores, ser más que un presidente, un estadista que piensa más en el futuro que en las próximas elecciones.
Hoy, lo vi caminar más lento, respetuoso, ante la insignia patria, acompañado por una mujer respetable de su papel. Y dediqué mi tiempo a escuchar un pre informe de actividades en este segundo aniversario de aquel memorable día, con el que ya han muerto ciudadanos satisfechos de haber sido participes de aquél histórico evento, donde la arrolladora voluntad popular, impuso (porque es su derecho) a un personaje que sin duda tiene ya un nicho en el olimpo histórico de la patria.
Me pregunté si me estaba convirtiendo en Chairo y mi respuesta interna es que sigo siendo un republicano que piensa como Don Vicente Guerrero: !La Patria es primero!