Que a Claudia Pavlovich la nombren cónsul de México en Barcelona no sería un hecho extraordinario. A través del tiempo el servicio diplomático de nuestro país ha servido, entre otra funciones, para premiar a personajes de la política que llevan una buena relación con el Presidente o con su secretario de Relaciones Exteriores.
O al contrario, ha sido una vía para mandar lejos a los indeseables del gobierno en turno. El caso más representativo es sin duda el del expresidente Luis Echeverría cuyo sucesor, José López Portillo, lo mandó a la lejana Oceanía como embajador en Australia, Nueva Zelanda e Islas Fiji, para apaciguarle su afán de seguir interviniendo en la política interna del país.
El caso de Claudia Pavlovich, aún sin confirmarse, sería uno más de los citados al inicio, un premio adquirido por méritos políticos, aunque esto despierta suspicacias por tratarse de una personalidad que en teoría es opositora al gobierno federal. Sólo en teoría, dirán algunos e inventarán historias increíbles, tan trilladas como los supuestos acuerdos para dejar pasar el triunfo de Morena en Sonora o el pago a la presidenta de la Conago que calmó los ánimos revanchistas de los gobernadores de oposición.
Darle vuelo a la primera versión, la del pacto o acuerdo, pone en entredicho la legitimidad del triunfo electoral de Alfonso Durazo.
La segunda versión, la maniobra desde Conago, deja mal parado al presidente AMLO porque sería una evidencia de su incapacidad para neutralizar él a los inconformes.
Tal vez la versión más acertada sería la habilidad de Pavlovich para entablar una buena relación política con el presidente AMLO a quien no cuestionó como lo hicieron casi todos los gobernadores del bloque opositor.
Pero ninguna conjetura por más cierta que resulte, en caso de confirmarse la designación, podrá amortiguar el golpe que sienten los miembros del servicio diplomático de carrera cuando espacios que consideran propios son ocupados por políticos sin ninguna experiencia en este ámbito.
Hombres y mujeres con amplia trayectoria en la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde han acumulado méritos incuestionables, sienten una ofensa el ser desplazados o hechos a un lado por personajes de la política.
El tema me lleva también a los años universitarios en la Facultad de Ciencias Políticas (UNAM) donde los jóvenes inscritos en la Licenciatura en Relaciones Internacionales era calificados como verdaderos ingenuos que soñaban con llegar algún día a ser emabajadores o cónsules en cualquier país, cargos para los que se requería no una licenciatura en la especialidad sino buenas relaciones políticas. Por eso a la carrera la llamaban "Ilusiones Internacionales" y lo peor era que el sarcasmo se volvía realidad con demasiada frecuencia.
Hoy estamos ante un caso singular, aún no confirmado, hay que repetirlo como se repite la versión que lo da por hecho. Y de ser así, será interesante observar la reacción del cuerpo diplomático de carrera, cuyas críticas no las hace de manera abierta o directa sino a través de personeros. Por eso son diplomáticos.