El viernes, que es el último día de la semana en que escribo mi columna, leí por la tarde un mensaje de mi amigo Daniel Trelles que sintetizo en el título de hoy; me pide una opinión al respecto. Y aunque no mencioné expresamente a Daniel, de manera indirecta le hice saber que la situación, que con buenas razones llama él “affaire”, es complicada, sobre todo por lo inesperada y sorpresiva, y que me tomaría el fin de semana para reunir más información y reflexionar.
Daniel Trelles ha sido un fiel soldado del PRI y llegó a ser su dirigente. Recuerdo su acertado trabajo cuando las huestes priistas avanzaban inquietas hacia el relevo del gobernador Armando López Nogales, y hubo que preparar y llevar al cabo debates regionales de precandidatos sin que se perdiera la unidad del partido.
Por mi parte, soy un admirador del presidente López Obrador y me gustaría tener argumentos para aplaudir sin reticencia la carta en cuestión, pues me complacería que todos sus actos y gestiones le salgan a la perfección. Pero que sea su admirador no me priva de reprobar lo que a todas luces considero indebido, en este caso, el lenguaje corriente utilizado en el documento.
Aquí no se trata de discutir si los miembros del Parlamento Europeo son borregos o no lo son, y si se acercaron a ellos los que en el interior del país conspiran contra AMLO o no se acercaron. Se trata del lenguaje, por completo condenable en el campo de la diplomacia.
Como periodista tuve un contacto con miembros del Parlamento Europeo en 1986 en Honduras. El diario “Unomásuno” me había comisionado para hacer un recorrido por Centroamérica, de Costa Rica a Nicaragua, a Honduras, a El Salvador, a Guatemala, para que diéramos cuenta de la situación política en toda la región. Y en Tegucigalpa, con el auxilio de la corresponsal del Canal 13, que llevaba anotada como contacto, pude entrar a la reunión de los del Parlamento con funcionarios hondureños y de otros países (ahí estaba Daniel Ortega, que luchaba contra la dictadura y que ha venido a ser él mismo un dictador).
No me pareció que los europeos pudieran (y no pudieron porque creo que ni trataron) contribuir a la paz de Centroamérica. Sus discursos eran huecos, tanto como lo que argumentan contra el gobierno de AMLO. Y ahora creo, aplicando aquella experiencia al presente, que no es nada inteligente dar una nota de mal gusto ante la diplomacia mundial por un grupo al que podría haberse neutralizado con argumentación breve, contundente, apegada a las normas internacionales y, sobre todo, verídica.
Esa es mi opinión en cuanto al contenido del mensaje. Pero acerca del “affaire” en su conjunto, no es tiempo de opinar en forma definitiva porque me temo que no ha terminado. Hay políticos mexicanos interesados en prolongarlo cuando menos hasta el 10 de abril.
Terminaré, para regalo de mi amigo Daniel, con lo que no recuerdo quién me contó, quizás mi nieta, que estudió Relaciones Internacionales.
¿Qué diferencia hay entre un diplomático y una dama? Cuando un diplomático dice No, quiere decir TAL VEZ, cuando dice TAL VEZ quiere decir SÍ. Y si dice NO, no es un diplomático. Cuando una dama dice NO quiere decir TAL VEZ, cuando dice TAL VEZ quiere decir SI, y si dice SÍ, no es una dama.
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