El tiempo pasa muy lento bajo los pasos de los diez años. Uno se enteraba como si estuviera en otro planeta de lo que pasaba en el mundo más allá de la Ladrillera o de los "Multifamiliares".
Los "multifamiliares", y por qué no, edificios de departamentos. Pero a esa edad yo no me detenía a investigar las palabras, solo sonaban en la boca de alguien y la imagen ya estaba en la cabeza. Sonido e imagen mental, una sola cosa, fácil, sin problemas etimológicos o de gramática.
El lenguaje por imitación no es preciso pero funciona muy bien en la vida práctica. Nadie ocupa saber si es verbo o adjetivo para evocar con sonidos buco-linguales cualquier objeto, acción o idea del mundo real o subjetivo.
He pasado muchos años de los setenta y cinco que acabo de cumplir en febrero con el significado falso de alguna palabra en mi cabeza. El español es inmenso, más de cien mil palabras, para traer un diccionario de cencerro pendiente en el cuello; hoy ya no hay excusa posible: hasta la "Monna Lisa" tiene un celular con conección a Internet, lo que es ya una buena aproximación, aunque a mister Google le crezca todos los días la nariz por tanta fakes news y contenidos más apócrifos que un mito de la edad oscura.