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A mediados de marzo entregué en la Oficialía de Partes del Congreso sendos fólders con cartas y ejemplares de mi libro “De mendigar curules a reinas del Congreso”, para las diputadas Natalia Rivera Grijalva e Ivana Celeste Tadei. En las cartas las invitaba para que me hicieran el honor de comentar mi libro en la presentación, y dejaba al arbitrio de ellas determinar fecha y lugar. Y me quedé aguardando la respuesta porque supuse que aquel material les sería entregado. Y no
Antes había llevado una carta para el diputado Jacobo Mendoza, presidente de la Cámara, con la solicitud de que aportara las Memorias Legislativas de los últimos trienios, para la Biblioteca Cultura Sonorense en proceso de creación. Tampoco me respondió.
Sin que no se lo pidiera (aunque, igualmente, lo agradezco), una persona investigó la razón del silencio. El diputado Mendoza me mandó de inmediato, con una carta fechada el 6 de abril, las Memorias Legislativas citadas. Le expreso mi amistoso reconocimiento.
Por lo que toca a las diputadas, se manifestaron apenadas, dijo mi espontáneo intermediario, pero no me hicieron saber su respuesta ni me informaron si los libros ya citados se extraviaron en un rincón de la Oficialía de Partes, se los robaron o los echaron al cesto de la basura. Desde luego, eran y son libres de no aceptar mi invitación, invitación que me veo obligado a retirar. Gestionaré que la presentación se haga en El Estanquillo de las Letras de la Plaza Zaragoza. Avisaré con tiempo el día y la hora.
La experiencia, por lo que me toca, la declaro olvidada. Pero no la preocupación de que en una oficina pública se pierdan objetos y documentos que el ciudadano encomienda con ciega confianza.
ADM Y EL DÍA DEL TRABAJO
Dejé de publicar unos días mi columna porque me fui a las Jornadas Binacionales de Literatura que se celebran cada año en San Luis Río Colorado. Por ello dos colegas me ganaron la observación de que el gobernador Alfonso Durazo Montaño, a diferencia de sus antecesores, cubrió la ruta del desfile del Día del Trabajo como cualquier otro participante: a pie.
Algunos gobernadores salían al palco del palacio de gobierno para saludar a los trabajadores que pasaban por la calle; alguno bajaría a abrazar a los líderes. Pero hubo una vez, en los tiempos del gobernador Félix Valdés, que habría sido peligroso intentarlo, pues se armó una gresca entre dos grupos que desfilaban.
Lo más usual fue que se construyera un gran templete de madera atrás del edificio de Correos, con mira a la Rosales, y que el gobernador, sus secretarios y los dirigentes del PRI contemplaran el paso de los trabajadores desde las alturas. La escena siempre me hacía recordar a los gladiadores romanos gritando, mientras pasaban bajo el trono del emperador: ¡Ave, Cesar imperator: morituri te salutant!” (¡Salve. César emperador, los que van a morir te saludan!)
Como que ahora es diferente. Qué bueno.
carlosomoncada@gmail.com
