Cuántas tandas salían a bailar las muchachas los sábados en la noche en el Olímpico de Manuel Islas no era un secreto a voces, todas las que tocara la música durante las cinco horas que duraba el clásico de fin de semana.
Eso lo sabían muy bien las mamás y las tías mandonas en las mesitas del salón del club de la Sinaloa donde acompañaban a la debutante en el entramado arte de la bailada de cachete de lija contra mejilla tierna y perfumada.
Los batos con zapatos italianos y envueltos en una aureola de inglich leder de cabellos rebeldes asentados con Wildroot o brillantina sólida, se tiraban al apretón del talle que pandeaba a la muchacha contra el torso del galán sesentero y medio mañoso.
Pero, ¿cuál era la primera pieza con la que abría la Orquesta Olímpico que todos los huesudos copete entiesado ignoraban altaneros para no ser ellos los que rompieran el baile?
No sé cuál recuerden ustedes, El mar, Ray Coniff, viene a mi cabeza, pero en fin, dicen que las emociones fijan los recuerdos a largo plazo, así que todo dependerá de la circunstancia en que usted respetable señora, y entonces señorita de 18 años bellos y perfumados, recuerde.
Está generación de jovencitas que iban a misa el domingo con la cabeza cubierta y medias tal como registra el canon de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y romana, llenaban entonces el Olímpico con la testa cubierta pero esta vez de laca que a veces iba a estampar en el cachete esmeradamente afeitado de la pareja repechada.
Y la orquesta se ponía de pié para lucir el latón deslumbrante de los trombones de vara y las trompetas con sordina en los que un Luis Montoya se cocinaba aparte.
Un pódium de ciento sesenta y cinco centímetros de altura sostenía a la banda por las alturas y hacía que la cascada de notas musicales volaran por encima de la cabeza de los bailantes e impedía la mirada directa de los músicos sobre los rostros enmejillados de una juventud adolescente y orquestal que más tarde con la llegada de conjuntos como Los Royal Teens del Ricky Brown rechinarian los dientes con las guitarras eléctricas y los vocalistas fronterizos que más tarde aullaron !Yooooo! !Yooo! ¡Vengo a bailar mi upu upu du! en las noches frescas de los poblados del Valle.