Hace unos dos años, poco menos, falleció Javier Bours Almada. Y esta semana emprendió el viaje eterno su esposa Alma Castelo, maravillosa dama. Para mí fue un honor haberlos conocido.
A Javier nadie me lo presentó. Uno se hacía amigo entonces sin ceremonias. Yo sería alumno de la Secundaria, y trepado en la grada del campo del Club Campestre, más que construido, improvisado, le vi tirar y batear un estupendo juego de softbol. Poco después, metido una breve temporada a redactar spots para la radio, fui a verlo a sus oficinas para solicitarle información sobre los “tractores Case rojo llamarada” que vendía. Me trató como si hubiéramos sido amigos desde aquel juego.
Fue regidor del Ayuntamiento que encabezó Faustino Félix Serna y coordinador de la campaña de éste en el sur del Estado cuando se lanzó, nadando contra la corriente, por la gubernatura. Nos pareció lógico, al triunfo de esa campaña, que Javier resultara presidente municipal. De esa época guardo, como nota relevante, la cesión al ITSON del teatro construido por la Junta de Mejoramiento Cívico y Material, institución ya desaparecida.
Y otro paso lógico: la diputación federal. En el recto desempeño de esos cargos, Javier prolongaba, en la política, la trayectoria de servicio a la comunidad que sin pertenecer a ningún partido había trazado su padre, don Alfonso.
La imposición de gobernadores desde las alturas del poder presidencial ha sido altamente onerosa para los sonorenses. ¡Si ya teníamos el candidato ideal! Pero el presidente Echeverría, obsesionado por la efebocracia, ordenó que fuera Biébrich, con el resultado desastroso que nunca terminaremos de lamentar. Perdimos oportunidades de progreso y nos dieron a cambio sombríos ejemplos de corrupción.
Es cierto que Eduardo recuperó en nombre de su padre, varios sexenios después, buena parte de la pérdida. Pero hubiera sido perfecto contar con los dos Bours, sucesivamente, en el Ejecutivo del Estado.
En 1991, al concluir el periodo del gobernador Félix Valdés, hubo cambios en el calendario electoral y fue necesario nombrar un mandatario interino antes de que tomara posesión Beltrones. El nombrado fue Mario Morúa, quien en un arranque que podría llamar “de romanticismo político”, reconstruyó los viejos tiempos de su primo Luis Encinas y armó una gira a Puerto Peñasco y Sonoyta con invitación para los que habían acompañado años atrás al ex Rector como candidato, entre ellos Javier Bours. Ahí tuve oportunidad de intercambiar recuerdos con él.
Y no fue la última vez. Cuando fui director del Instituto Sonorense de Cultura, el gobernador Beltrones me autorizó la organización de una cena de alamenses distinguidos en Álamos, con buena variedad y demanda de apoyo para reunir fondos para el festival. ¡Nos urgían! Conté con la generosidad de Javier, que coordinó las invitaciones de los alamenses del sur y puso por su cuenta los vinos servidos esa noche. Ah, y volé en su avión de Hermosillo a Álamos y de vuelta a Hermosillo. Pocos saben que el festival que disfrutaron en 1993 se lo debimos a Javier.
Señoras y señores: A la pena de haber perdido a los Bours se mezcla el orgullo de haberlos conocido y tratado. Por respeto y amor a su memoria, dejamos al margen hoy los chismes políticos.
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