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En 1995 celebró el Instituto Sonorense de Cultura el Primer Concurso Estatal de Escultura y el primer premio se lo llevó Jesús Grijalva López, artista autodidacta que desde niño se había adiestrado en la talla de madera de chino, mezquite, árbol del fuego y naranjo. Le satisfacía haber estado a la par de “escultores con estudio y renombre”, dijo al entrevistador Dagoberto Gálvez.
Jesús pecaba de modestia. No sólo había estado a la par, sino que los había superado. En segundo lugar había quedado Rolando Bracamontes, de Navojoa, y en tercero, Alfredo Velarde, maestro de la Universidad de Sonora. No fue aquél un triunfo casual, sostuvo una trayectoria ascendente y uniforme participando en los certámenes de la época y obtuvo otro premio en efectivo en la Bienal de Escultura que tuvo lugar en 2003.
Jesús fue un hombre modesto. Se ganaba la vida como “técnico auxiliar en autopsias” en el Hospital General, como lo informó él mismo en la entrevista que líneas arriba mencionamos. Estuvo en contacto con la muerte pero sus obras, que a veces eran verdaderas instalaciones, no eran sombrías o pesimistas, enseñaban imaginación y armonía. Que goce ahora de la paz que construyó con su arte.
¡HUY, QUÉ MIEDO!
Afloran los complejos de quienes viven con el prejuicio de que lo extranjero es necesariamente mejor que lo nacional, y con el temor a las potencias económicamente poderosas, al enterarse de que los Estados Unidos y Canadá acusan a México de faltar a los acuerdos aceptados por los tres gobiernos.
El presidente López Obrador no tuvo necesidad de pedir una copia del convenio tripartita para hacer pública su opinión, y la expresó con elocuente brevedad: “Huy, qué miedo!”. De entrada, la espontánea respuesta afloja la tensión de los asustados.
En pocas palabras, la objeción de la contraparte que forman gringos y canadienses consiste en que el gobierno de México da preferencia a contratistas e inversionistas mexicanos sobre los extranjeros. Es una posición nacionalista que de manera automática debería movernos a todos a apoyar a AMLO. Pero los que viven atentos al mínimo error de la 3T, aunque usted no lo crea, se han apresurado a ponerse al lado de las dos naciones que reclaman.
No es la primera vez, ni será la última, en que surgen desacuerdos en la interpretación de normas asentadas en un documento internacional. No es para alarmarse ni dar la espalda a la Patria y mostrar sumisión a los extranjeros. Guardemos la calma y confiemos en la buena fe de las partes.
Y eso, sin contar con que hay tribunales aptos para intervenir en caso de que no lleguen a buen fin las negociaciones que se emprendan.
Carlosomoncada@gmail.com
