El presidente López Obrador extendió un aval general a los sucesos morenistas de sábado y domingo recién pasados al definirlos como una jornada democrática y al focalizar las áreas de conflicto explícito para darles carácter de excepción.
Mario Delgado, el operador, obviamente mantuvo el aire triunfalista, endureció el discurso contra los críticos internos y cavó trincheras en lugar de impulsar la reflexión y la autocrítica.
Lo sucedido no es un asunto menor ni excepcional y no debe ser medido en términos numéricos, de recaudación de afiliaciones. Morena entregó, en estas convenciones distritales, banderas preciadas (la democratización auténtica de la vida nacional, la erradicación de la mapachería) a una serie de factores regionales de poder (los gobernadores, con feudos concesionados a cambio de financiar y garantizar lo federal) que agudizará la vocación por lo faccioso y por las trampas.
Señalar y denunciar tal involución no significa “dar armas al enemigo” ni debe invocarse la sabida cantaleta encubridora de la “unidad a toda costa”. Un movimiento social progresista debe analizar, discutir, criticar y autocriticarse.
Julio Astillero / La Jornada