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En plan de aprender y disfrutar las artes plásticas, lo que para mí es lo mismo, las mejores experiencias las he abrevado en museos de Italia. Y eso que la primera de esas experiencias no fue para querer repetirla. Llegamos a Roma mi mujer y yo con la idea de localizar cuanto antes la obra de Giorgio de Chirico, a quien pude haber conocido, como narré en artículo anterior, en París.
De modo que en cuanto dejamos las maletas en la habitación del hotel, nos echamos a la calle en busca de la Galería de Arte Contemporáneo, y luego de muchas preguntas para localizarla, llegamos a sus puertas donde leímos este aviso: “Chiuso per schiopero” (cerrado por huelga). Ni modo, tendremos que volver.
Nos compensó con amplitud la visita a El Vaticano, donde el arte abarca coronas, crucifijos, sarcófagos, vestimentas litúrgicas, estatuas. Sobre esta primera visita escribí en “El Imparcial”:
“Uno camina sin atinar dónde detenerse. Las paredes, los techos, están pletóricos de arte; en los jardines, impecables, hay un escudo papal hecho con las flores y las hojas de las plantas que ahí crecen, esto es, sin desprenderlas del suelo. De pronto se desemboca en la capilla Sixtina, y el mundo se viene encima. Miguel Ángel pintó ahí su concepción del universo, la creación del hombre, la formación del sol y de los astros
“Alrededor hay cuadros de otros artistas, entre los cuales Boticelli es acaso el más conocido en México. Ninguno opaca el deslumbramiento que produce la obra miguelangélica. Dios, en el centro del muro principal, levanta el brazo con un ademán firme y varonil: está juzgando a los hombres en el último instante de la vida que acaba y en el primer momento de la Vida que comienza. Su movimiento genera el de todas las figuras que se agrupan en torno a él, en una composición equilibrada, vigorosa e impresionante”
Gracias a que en Florencia perdí el rumbo cuando buscaba la Galería de los Uffizi, topé con el palacio Pitti, de belleza espléndida con cuadros de gran formato de Rubens y sus contemporáneos. Una placa da testimonio de que vivió un tiempo ahí Dostoievsky a unos pasos (en Plaza Pitti 22, y se dice que ahí escribió parte de su novela “El príncipe idiota”.
He recorrido en dos ocasiones los Uffizi. En la segunda prácticamente me echaron pues pasaba la hora del cierre y yo me obstinaba en dar un último vistazo a los cuadros de Rafael, Della Francesca, Paolo Ucello, Filipo Lippi, el Giotto (cuya capilla conocí años después), Cimabue.
En Milán tuve la oportunidad de ver “La última cena”, de Leonardo, cuando restauraban el núcleo central de la obra. Yo andaba ya a la carrera porque se vencía el plazo para volver a México. Pero en un viaje realizado en 1993 pude regodearme en la Pinacoteca Brera y crear lazos de amistad con los pintores y coristas de Trento, que tuvo como resultado que trajeran ellos exposiciones a Caborca, Hermosillo, Magdalena, Álamos y otras ciudades, junto con bellas sesiones de canto. El intercambio que establecimos entonces, al principio de los años 90, permitió que en reciprocidad viajaran allá Héctor Martínez Arteche, Gustavo Ozuna y Ethel Cooke. A ver cómo le hago para sintetizar lo mucho que me falta en dos columnas más.
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