Texto publicado el 17 de abril de 2016
No conozco personalmente a Sergio Romano, pero como radioescucha tengo más de 30 años de conocerlo, desde que él conducía su programa "Mesa de Redacción" en una radiodifusora oficial, en el D.F. de mis años universitarios.
Lo escuchaba con atención siguiendo sus comentarios sobre política y sociedad, pero sobre todo sus conocimientos de historia y de música. Era un analista político mesurado, inteligente, pero sobre todo muy ameno, algo que no es tan fácil de encontrar entre los intelectuales metidos a periodistas.
Años después lo volví a "encontrar", ahora yo en mi ciudad y él como conductor en Radio Sonora con un programa fresco y agradable, "El club del grillo", si mal no recuerdo. En esa época, a fines de los ochenta, despertó mi curiosidad que un periodista intelectual se estableciera en Sonora como locutor de radio, un hombre de cultura en un medio dominado por la línea comercial.
Después como todos los sonorenses que éramos su público, lo vi en televisión con su "Agenda de Romano", exhibiendo su cultura pero sobre todo sus conocimientos de música, que para mí era lo más atractivo tal vez por la afinidad de gustos con el que tenía de rúbrica el tema de "Casablanca" y hacía pautas con la música oldie que nos identifica a varias generaciones.
En años recientes seguí escuchándolo ya no tan seguido por el incremento de opciones en la radio y en parte por su acendrado oficialismo que lo llevaba a cometer excesos en comentarios de elogio a los políticos en el poder y de crítica a los opositores. Pero si uno conoce la realidad de los medios de comunicación públicos y pivados, más aún si uno conoce los sueldos que se pagan incluso a los conductores más preparados, no es de extrañar que muchos caigan en excesos con tal de mantenerse en el medio. Digo esto sin justificar a nadie, sólo para entender un poco la realidad en la que se mueven periodistas como Romano.
La semana pasada, cuando él hizo el desafortunado comentario sobre la maestra del video -"yo la mato", dijo-, fue un exceso, un desliz verbal que no se justifica ni se puede ignorar, producto tal vez de la costumbre de decir excesos ante el micrófono sin que nadie reaccione más allá de los aislados reclamos políticos e ideológicos. Yo reaccioné como todos, extrañado de esa expresión sobre todo cuando proviene de un hombre que, por lo visto, no es capaz de matar ni a una mosca.
Decía un maestro universitario que los periodistas tienen una desventaja ante médicos y abogados: Los médicos entierran a sus errores, los abogados los encierran en la cárcel, y los periodistas son los únicos tontos que exhiben sus errores para que todo mundo se los reclame.
Esto le pasó a Romano. Cometió un error; ha cometido muchos, como su desmedida adulación a la gente de poder, pero éstos últimos son premiados. En cambio el error de su comentario sobre la maestra le cuesta ahora prácticamente el fin de su carrera. Lo han vetado el Gobierno del Estado y el poderoso sindicato de radio y televisión.
A diario aparecen en los medios de comunicación peores cosas contra las mujeres que la dicha por Romano. Pero nunca pasa nada, en parte porque no afectan al poder y constituyen el modus vivendis de muchos medios.
El poder político hoy sacrifica a uno de los suyos sólo por conveniencia, por exhibirse con un comentario "políticamente incorrecto".
Pero hay detrás de esto una actitud hipócrita, insultante por parte del poder institucional.
Si alguien en verdad cree que la censura a Romano es una defensa de la dignidad femenina, que vea y recuerde cómo trata realmente ese poder a las mujeres de carne y hueso, sobre todo a las infelices mujeres que viven en la pobreza y en la extrema pobreza.
Agotadas, muchas enfermas, cargando a sus niños, las acarrean cada vez que hay un evento político en campaña electoral o cuando un funcionario importante visita sus colonias. Y allí las tienen esperando horas bajo el sol, explotando la necesidad que tienen de llevar un pan o cien pesos a sus familias.
Los reporteros hemos visto cómo los "operadores" que llevan a esas mujeres en fétidos camiones las tratan con desprecio, con insultos cuando se atrasan un poco o porque no acatan la orden de la dirigente del seccional.
Y después con todo y sus penas y la desesperación que les imponen las circunstancias, esas mujeres son obligadas a sonreír cuando el funcionario o la funcionaria las abraza para tomarse una foto con ellas. Esto sucede a diario en Sonora y en México.
Vemos a diario la discriminación de la mujer en los medios de comunicación donde el género femenino es sólo un gancho para sembrar el consumismo o las actitudes noñas, estúpidas, propias de las heroínas de telenovelas.
Escuchamos a locutoras improvisadas que por ganar popularidad asumen el papel de tontas y se expresan con incoherencias o frases de mal gusto para agradar al público.
Conocemos además la reticencia del Gobierno del Estado para que no se declare la alerta de género en Sonora. Aun cuando esta medida podría ayudar a muchas mujeres en riesgo, importa más al Gobierno su "buena imagen".
Hay así una larga lista de situciones donde el poder ofende a las mujeres.
Y ahora la hipocresía oficial se emplea contra un periodista sólo porque eso es una decisión "políticamente correcta". ¿Quién cree en los argumentos usados para acabar con la carrera de Romano en Sonora?