“Ustedes me dicen, entonces, que tengo que perecer como también las flores que cultivé perecerán.
¿De mi nombre nada quedará, nadie de mi fama recordará?
Pero los jardines que planté, son jóvenes y crecerán…Las canciones que canté, ¡cantándose seguirán!
“Nací de mi madre para empezar a morir”
Huexotzincatzin. Príncipe de Texcoco, 1484.
(Fuente: Gary Jennings. De su libro: Azteca)
Nacer y morir es la antípoda de los seres humanos, el inicio y el fin de la existencia. Los expertos jurídicos, tienen conflictos, quizá, en definir en dónde empieza la vida del ser humano, y darle “personalidad jurídica”; o el derecho de vivir o morir, con una sentencia que determine a quien le compete ese derecho. Por ejemplo: en la legalización indiscriminada, selectiva o no del aborto o la condena a morir según las leyes de cada Estado o País, por algún delito que lo “amerite”, después de un “intrincado” juicio. Peligroso acto en donde un sistema judicial que sea corrupto, se corre el riesgo de tomar “chivos expiatorios”.
Biológicamente, la vida humana empieza desde el momento de la concepción; de la unión de dos células sexuales -lógico- vivas (no apoptóticas -apoptosis- = células muertas), que, si no se “corta” (no es correcto decir interrumpir*) su evolución normal de la gestación a término, no va a nacer otra especie animal: Nacerá un ser humano genéticamente (mujer u hombre), que crece y se desarrolla según su entorno, sea adecuado o no.
No nace una cosa (cosa es adjetivar al humano con diversos géneros, aunque se incluya el sexo natural, esto se desdeña, por la ideología que se quiere imponer), se pretende “cosificarlo actualmente”. En pleno siglo XXI, todavía se discute algo que no debiera tener discusión: El Derecho a la vida de un ser concebido, al que anteriormente se le daba por nacido; actualmente se teme por la vida del nonato, amenazada por algunos que tuvieron el privilegio de haber nacido, quienes quieren decidir si debe vivir o morir.
(* se interrumpe algo o un proceso, para posteriormente continuarlo, no aplica para una gestación de un ser humano; porque al “interrumpir” se mata al embrión).
La historia natural de los seres vivos es esa; nacer y morir. Se considera muerte natural, por causa de las enfermedades, y no a las ocasionadas por accidentes, suicidios o asesinatos, estas muertes no naturales son provocadas por el mismo ser humano.
Desde principio de los tiempos, la especie humana intenta exterminar a sus semejantes (ejemplo, las guerras). En la época prehispánica, por poner un precedente en nuestro país (y en otros), las naciones que conformaban los que es hoy México, protagonizaban actos bélicos entre ellos, con el fin de tomar rehenes y sacrificarlos a sus dioses (por su sistema politeísta), llamadas “guerras floridas”. Para los pobladores originales de esa época, se pensaba “que ese destino, era una fortuna o suerte”, llamado en lengua náhuatl, Tonali, porque se iban al Mictlán (lugar de la oscuridad, el otro mundo, después de la muerte); a “esos privilegiados” se nombraban Xochimiqui, se sentían afortunados de alcanzar el mérito de tener una muerte florida, en la guerra o en el sacrificio. Una vez sacrificados, se convertían en el festín, en la comida del banquete, de los vivos comensales; practicaban la antropofagia. Esto nos recuerda a los sobrevivientes de los andes, de la época moderna, con distintas circunstancias para sobrevivir, de estos pasajeros de un avión que se estrelló en los Andes. O los casos de asesinos que se comen a sus víctimas.
La humanidad respecto a la violencia no ha cambiado, solo se ha modernizado constantemente la manera de aniquilarse unos a otros; “sacrificios en honor a los dioses del dinero y hedonismo vanidoso del poder y el oro”. Si bien, en proporción, los agresores son una minoría, que tienen en zozobra a la mayoría de la población. Lo más lamentable es que estén involucrados, dentro de la delincuencia organizada o no, la juventud de nuestro país. Ante una actitud contemplativa de un gobierno “pusilánime”, escudado en una “misericordia rastrera” hacía el criminal, causante de la inseguridad.
Somos un país, en el tema de la mortalidad en general, que honramos, festejamos y nos mofamos de la muerte (dependiendo quien sea el difunto), hacemos sátira “matando” a los vivos, con la tradición que nos dejó el caricaturista José Guadalupe Posadas, muy comunes en esta fecha, sobre todo de nuestros “ilustres” políticos.
Cada año las familias del país (algunas), ponen altares con fotografías de sus fallecidos, adornados con flores; “alegorías” con algún pensamiento alusivo a la persona recordada, con sus comidas y bebidas preferidas. Se visitan los panteones, se limpian las tumbas desde las más humildes, hasta “grandiosos” mausoleos de muertos de alcurnia o ilustres personajes. Una tradicional romería para nuestros Santos Difuntos. Según la tradición de cada lugar, los deudos se acompañan con música en vivo o con el “stereo” de sus carros, con CD a todo volumen, con música ranchera, mariachi, banda o tal vez "When the Saints Go Marching In” (La marcha de los Santos), de James Milton Black, música Góspel, con ritmo entre Dixie y Jazz, cantada por Louis Armstrong. No me ha tocado escuchar en los panteones, música clásica (Mozart, Beethoven, Bach o Vivaldi, etc., como fondo musical, para la paz de los demás difuntos en sus sepulcros). Estas fechas recordamos con nostalgia a nuestros queridos difuntos.
Desgraciadamente en nuestro país y en el mundo, todos los días es DÍA DE MUERTOS, por agresiones entre nosotros. La población, como se ha dicho infinidad de veces, antes los hechos criminales que cobran y se sacrifican vidas, ha perdido la capacidad de asombro. Tal vez diciendo, cada día al levantarse, al saber de alguna noticia policiaca: “¡si no hubo muertos, que chiste!”. O la expresión que escuché de unos niños menores de 14 años, en una ocasión que presencié una balacera en una avenida importante de Culiacán, donde asesinaron a un joven que circulaba en una camioneta del año: “Que chilo se escucharon los balazos, se echaron a un bato, lo dejaron como coladera al güey”.
Lo mejor y con buenos deseos para “los personajes que matamos” en las literarias y satíricas calaveritas, en estos días, será exclamar; como en la obra literaria de José Zorrilla, Don Juan Tenorio:
“Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Que así sea.
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@RaulHectorCamp1