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Hace 69 años tuve mi primer día de trabajo en el Diario del Yaqui de Ciudad Obregón. Me contrataron como corrector de pruebas de galeras. Despachaba la primera porción de chamba entre la una y las cuatro de la tarde, me iba a comer y volvía a las siete, y de ahí, hasta que el periódico entrara a prensas. Desde aquella fecha me hice periodista para toda la vida.
He estado reflexionando en diversos aspectos del periodismo de ayer, en relación al de hoy, para el caso de que el año próximo, al cumplir 70 años, decida escribir una memoria o algo parecido. Y para comenzar, no sin nostalgia recuerdo la relación estrecha que antes tenían el público y la prensa.
Todavía en 1985, cuando establecí mi domicilio en la Colonia Loma Linda, se oía, aunque no con frecuencia, el grito de un voceador ofreciendo a vecinos que se acababan de levantar, el periódico del día. Esta fue una costumbre bien arraigada durante décadas. Los chamacos sacaban buenos centavos vendiendo el Diario antes de irse a la escuela, o el Heraldo del Yaqui, que era vespertino.
Los fue desplazando la competencia de adultos que vendían el periódico en carros de sonido, y que pasaban leyendo los encabezados más llamativos. Molestaban a la gente que necesitaba sueño adicional para descansar por entero, pero tuvieron que aguantar el ruido. Las dos clases de voceo establecían un nexo de periodistas y público.
Y no me lo creerán, pero la Poesía fue también un punto de unión, y por una razón sencilla. No pocos directores de periódicos, sobre todo en Guaymas, eran poetas. El ejemplo preclaro es el de Alfonso Iberri. Y a mitad del siglo pasado, algunos crearon suplementos literarios que aparecían los domingos y jalaban aficionados a las bellas letras. En El Imparcial hizo esa tarea doña Cecilia G. de Guillarte, española de origen, mujer culta, que vivió aquí varios años. Y en Cajeme, don Alberto Macías y Bartolomé Delgado de León.
Hace tiempo a los directores la literatura les vale gorro. Y en general, la cultura. Alguien publica un libro o abre una exposición de pintura o termina una escultura, y lo ignoran. Quizás no hay en los periódicos gente preparada para escribir una breve reseña. Quién sabe. Reflexionaré en ello mientras llega (y si yo llego) el septuagésimo aniversario.
CIENCIA FICCIÓN Y CIENCIA VERDAD
A propósito, he terminado de leer la novela “Migrantes de Jade” del doctor en Física Ricardo Rodríguez Mijangos, uno de los científicos que consolidó el estudio e investigación de la Física en la Universidad de Sonora. No es poca cosa que un científico incursione en la Literatura y lo haga con elegante estilo, amenidad, buen manejo del suspenso narrativo y tino literario.
Ya que critico a mis colegas que no hacen caso de los nuevos libros, esta semana intentaré reseñarlo. Fue publicado por la Universidad apenas el recién pasado mes de agosto.
carlosomoncada@gmail.com
