Por un larguísimo proceso de apenas unos ochenta años (casi noventa en el caso del Estado de México) los tres niveles de gobierno en México hicieron y deshicieron cuanto les vino en gana con el remedo de democracia con el que se “ elegían” a gobernadores, alcaldes, diputados, senadores y al jefe de todo este tinglado de risa; el presidente de la república que, para más señas, hasta se daba el gusto de presumir que el mamotreto llamado Comisión Federal Electoral, era el principal garante de la democracia en México.
Eso era en el papel y en el discurso y jamás vimos a lo largo del país a ningún purpurado con ganas de arremangarse las enaguas para salir en defensa de la masacre que cada tres años hacían los tricolores en materia electoral.
Para los que apuntan y para algún que otro cura olvidadizo de esos que integran el Episcopado Mexicano y que en días pasados se levantaron la enagua hasta salva sea la parte (de pinicuchi, dicen por rumbos de Esperanza, Sonora y alrededores) para ponerla al servicio de ya sabes quién y salir en defensa del INE, el Instituto Nacional Electoral, el mismo que, dicho por Fox, que conste, hizo de tripas, corazón y bofe, para hacer como que la virgen le hablaba al momento en que el PRI del grupo Atracomucho, le hacía perdedizo el triunfo de López Obrador, fraude del que, –te juro por esta!!– nuestros ínclitos purpurados no se dieron por enterados. Menos, desde luego, se dieron cuenta cuando al IFE de Miguel de la Madrid se le “ cayó” el sistema para no ver la erguiza, dicho al estilo de Alito, que el ingeniero Cárdenas, abanderado del otrora poderoso PRD, le puso a Salinas y al sistema, el mismo que dos años después, en un tardío acto de contrición, seguramente, le dio por crear al IFE, a partir del once de octubre de 1990, mismo que pudo marchar invicto hasta el año dos mil en que llega la era del desperdiciado foxiato, hasta el tres de abril de 2014, tiempos del Emperador, Enrique Octavo en el que pasaría a llamarse como hoy lo conocemos, el INE y, faltaba más, su autonomía que había alcanzado en 1996, bajo el manto del zedillismo.
Atrás, muy atrás, habían quedado los “carros completos” avalados por los antepasados del IFE y el INE.
Otras gracias que seguramente los señores de figura esmirriada tampoco vieron, fueron aquellas prácticas del carrusel en plena jornada comicial, la compra del voto en presencia de la autoridad electoral, el robo de urnas por el clásico matón del barrio y el sello de la casa; la alteración de actas y sus consabidos resultados a favor del partidazo y el candidato de sus amores.
Avalado, como tenía que ser, por los hampones de cuello blanco que siempre fueron los dirigentes de esos tres mamotretos llamados, Comisión Federal Electoral, Instituto Federal Electoral y ahora el pobre del INE, convertido en cómodo instrumento de expiación ( borrar las culpas, purificarse de ellas por medio de algún sacrificio ) por los señores del camisón blanco, a los que de repente les ha llegado una muy, pero muuuuuy tardía preocupación por un Reforma Electoral que, según ellos se levanta cual espada de Damocles sobre nuestra fortalecida democracia.
Una Reforma, dicen en su comunicado, “es claramente regresiva, más aún constituye un agravio a la vida democrática del país”.
Al decir de los integrantes del Camisón fiucha, “dicha reforma busca afectar la representación y el equilibrio de las minorías y mayorías, llevando el control de los comicios hacia el ámbito del Gobierno federal centralista, afectando su gestión presupuestal, eliminando su autonomía ciudadana y su imparcialidad partidistas”.
Ni cómo ayudarlos
Leído lo anteriormente expresado por los señores del despistado Episcopado, me remito mejor al magistral cierre que da en sus Motivos del Lobo el más grande poeta que ha dado Nicaragua, Rubén Darío.
“El santo de Asís no le dijo nada. Le miró con una profunda mirada, y partió con lágrimas y con desconsuelos, y habló al Dios eterno con su corazón. El viento del bosque llevó su oración, que era; Padre nuestro, que estás en los cielos…