Hoy hace instantes cronológicos te marchaste sin decir adiós, pensé que eras injusto por tan fría despedida. Sacando cuentas, conociéndote, descifré el enigma de tu huida, injusta pero liberada. No necesitabas decir la palabra usual, eras tan mendigo que labraste en los corazones de los que realmente fuimos tus amigos, algunos como yo, reconociéndonos como tales en los espacios geométricos, que no nos dimos cuenta de tu enigmatica despedida.
Hay muchos que no rinden pleitesía a tu recuerdo y no tienen porque, ese tipo de sentimiento solo lo pueden sentir los que nos tocó conocerte más allá del trato cotidiano, de los pocos que conocimos el color de tus lágrimas en los obscuros misterios de la vida y sus injustas normas. De aquellos sentimientos compartidos a unos cuantos en la cofradía que inspiraba la confianza hermética. De los que sentimos fraternos tus dolores y sufrimos por un tiempo tus achaques, y tu genio
Dicen tus no-simpatizantes que eras un cabrón, en el buen sentido de la palabra, los que te conocimos sabíamos que eras mucho más que eso enojado, más allá del epíteto sin limitaciones.
Si Bartolomé y Dondé aportaron a las letras, Arteche a la pintura, tu hiciste más que eso, motivaste a neuronas a creerse poetas, escritoras, narradores y hasta juglares en ciernes, cualquier día.
Si, muchos estamos agradecidos de haber soñado por momentos que los “Asturias” o “Pulitzer” no estaban tan lejanos, soñamos más allá del refrán “Zapatero a tus zapatos” que taxistas, músicos, amas de casa, tiene algo que decir sin academia, que el sentimiento tiene afluentes que todos llevan a la misma Roma, a succionar en las ubres de la fantasía.
Si, te marchaste, pero te friegas, le apostabas al olvido y aquí estoy chingándome en tu recuerdo, porque la vida nos casó hasta mi muerte y hasta el último día cuando menos, un suspiro merecerá tu amistoso recuerdo. Como dijo Héctor Bonilla, “Se acabó la función, No estén chingando. El que me vio, me vio.”