Manuel Parra Aguilar, que ha echado raíces profundas en la primera línea de los poetas jóvenes sonorenses, escribió el ensayo premiado en el certamen de 2021 “Espacios contenidos. En torno al poema en prosa moderno”. Para un adorador de la retórica tradicional, con su exigente métrica y la música de la rima, como lo es el autor de esta columna, se encendió el foco del interés y la esperanza de hallar explicaciones a los cambios escriturales radicales.
¿Qué es esto que siempre había sido prosa y ahora es poema? Manuel afianza su mano en la de Charles Baudelaire, e inspirado por los “Pequeños poemas en prosa” se lanza al bosque de conceptos. Pronto nos informa que el poema en prosa data de mucho antes de que hubiera formalmente poemas en prosa. Hay muestras en Edgard Alan Poe, alma gemela de Baudelaire; en el prefacio del “Cromwell”, de Víctor Hugo, en las páginas maravillosas de Walt Whitmann, y en tiempos más cercanos, entre otros compatriotas, dos sonorenses: Edmundo Valadés y Jesús Antonio Villa.
¿No merecía un comentario el poemario de Ignacio Mondaca “Órbita de los elementos, premiado en 2012 en el Concurso Alonso Vidal?
Los nombres de quienes se esfuerzan en definir el poema en prosa llueven de la pluma de Manuel Parra, lo que para mí es ganancia, no porque me satisfaga alguna de las definiciones –encuentro todas ambiguas— sino porque tomo nota de no pocos nombres de escritores que desconocía.
Me pregunto por qué, si se trata de convencer al lector con ejemplos claros y fáciles de localizar, no se acude a la enternecedora belleza de los poemas de Rabindranath Tagore, o a las prosas de “El Minutero” o “El don de febrero”, de Ramón López Velarde. Y ya que se cita a tantos poetas franceses, ¿qué les parece mi predilecto, Jacques Prévert?
Al menos hay consenso en que el poema en prosa debe tener forma y estructura flexible “en comparación con otras formas rígidas de poesía” (lo cual es decir nada); ha de ser breve (¡viva la brevedad!), y el autor ha de alentar, al escribir, “la voluntad” de producir poemas en prosa, lo cual es absurdo. A mí no me importa cómo se proponga escribir, sino el resultado de su trabajo.
Observo que guardo en mi mente, modestia aparte, un gran número de viejos romances, completos o en grandes trozos, poemas de Rubén Darío, Nervo, Gutiérrez Nájera, toda “La Suave Patria” y otros poemas de López Velarde, etcétera, pero sin el apoyo de la medida y la rima, ¡y de la puntuación, que es otro gran atropello de los innovadores!, me resulta imposible aprenderme uno de esos novísimos poemas en prosa.
No renuncio a leerlos pues no pierdo la esperanza de encontrar valores auténticos en este campo todavía sin límites. Lo que sí he hallado, y en abundancia, son chicos listos que aprovechan la confusión para ocultar sus fallas gramaticales y su ausencia de talento.
carlosomoncada@gmail.com