Cd. Obregón, Son. 21 de febrero de 2023
Mi desconocido y entrañable doctor.
Te escribo la presente carta, sin saber a dónde debía enviarla, ya que han pasado muchos años, para precisar, 72 años y obviamente se que no estás físicamente presente, en esta vida terrenal; pero tu sigues existiendo en mis recuerdos, desde mi infancia. Cuando mi madre (QEPD) y mis hermanas mayores, me hablaron de ti; quien fuiste y como influiste en mi futura vida desde aquellos aciagos momentos, cuando tenía escasos seis meses de edad. Tú eras, quizás un joven médico ya titulado o un responsable y entusiasta Pasante de Medicina, realizando el servicio social, egresado de alguna universidad del País, ya que en esa época (1951), en la Universidad del Estado de Sonora (fundada en 1942), no había Escuela de Medicina.Te contaré el por qué, tu has formado parte de mi vida, ahora que estoy casi, en el ocaso de mi existencia:
Mi madre me contó en repetidas ocasiones, los difíciles momentos de angustia que vivieron ella, mi padre y mis hermanas, por mi salud. Te relato:
Mi familia formaba parte de los habitantes de un pequeño pueblo de la sierra de Sonora, que se llama Bámori, parte del Municipio de Sahuaripa, Sonora. Dónde mi padre tenía cuatro milpitas, que sembraba lo que se acostumbrado en la región (tierras de temporal o agostadero). Mis hermanas mayores, estudiaban la secundaria en la cabecera municipal, mis padres se tuvieron que ir a cuidarlas, especialmente mi madre, ya que mi padre, se iba a caballo al pueblo a cuidar el ganado y sembrar las milpas, haciendo más de una hora de ida y otra de regreso, o veces se quedaba en la casa que tenían en el pueblo (Bámori).
A todos sus hijos mi madre nos alimentó al seno materno, no fui la excepción, pero desgraciadamente a los seis meses de edad, tuve una infección gastrointestinal, caracterizada por: vómitos, diarrea y calentura, casi a punto de que me diera una “alferecía”, por la fiebre tal alta, según “el termómetro integrado en los labios de mi madre, con que nos medía la temperatura” con un tierno beso en la frente. Decía que en esa vez “le quemaba los labios de tan intensa calentura” que tenía. Que casí volteaba mis ojitos hacia el cielo, como queriéndome ir “pa llá, pa arriba” y temblaba mucho.
Todo esto, doctor, cuando interrogaste a mi madre: ¿que tenía él niño? - te contó muy asustada, me decía-, cuando me llevaron a consulta contigo. Me despojaste de la ropa en que iba envuelto (una cobijita gruesa, una camisetita, pantaloncito de estambre – tejidos por ella y el pañal de hecho de un costalito donde se empacaba harina); me diste una rápida exploración.
Al detectar la fiebre tal alta, corroborada con tu termómetro de mercurio, ante el asombre y susto de mi madre; desnudo (bichi) me sumergiste en una tina con agua fría, echándome agua en mi cabeza y con medio cuerpo dentro del agua hasta que mi temperatura corporal se normalizara. Me inyectaste no se que sustancia y le diste indicaciones a mi madre: que estuviera pendiente de algunos síntomas y signos de alarma, que me siguieras alimentando con leche materna a cucharaditas o ha gotitas, te de manzanilla y agüita de arroz; que si volvía a presentar fiebre hiciera lo mismo que el había realizado: bajar la fiebre por medios físicos, o sea bañarme de nuevo dentro de la tina con agua fría; y que lo tuvieras al tanto de mi estado, que el iría verme a casa con frecuencia.
Estuvo a punto de convulsionar a causa de la fiebre, le explicaste a mi madre.
Mi madre me platicó varias veces (de adulto joven, todo esto), que le daba miedo hacer lo que le indicaste para bajarme la temperatura, en caso que se me subiera, porque pensaba que, con el agua fría, me iba a dar “una pulmonía”.
Después de llegar a casa, un par de horas más- continuaba mi madre- la calentura te subió de nuevo, pero le dio miedo de meterme a la tina. No hallaba que hacer.
Afortunadamente doctor, llegaste sorpresivamente al hogar de mi familia y al verme que “hervía” con tanta fiebre, casi regañando a mi madre me sumergiste de nuevo a una tina con agua fría diciéndole:
- Lo presentí, mujer, que no ibas hacer lo que te había indicado, si le subía la temperatura a este “churi”. Presta “pa cá” al niño. Mujer de poca fe.
(Churi, buqui, lepe; así se les llama a los niños en los pueblos de Sonora)
Gracias a ti querido y entrañable doctor, me salvaste de morir “de una fiebre intestinal”. Porque estuviste al pendiente de mi evolución durante una semana, ibas a verme tres veces al día. Mi mamá me dijo que cuando estaba “más mejor”, recuperando mi salud, le expresarte este augurio:
- Si se logra este muchachito, quien “quite” y en un futuro sea un médico. Si es que no queda medio “taradito”.
Pues te diré querido doctor, que a la mejor si quedé “taradito” pues: ¿A quien se le ocurre estudiar medicina, realizar fatigadas guardias día y noche, y nunca dejar de estudiar? Y luego hacer una especialidad, como la que realicé en Pediatría, atender pacientitos (cuando tenía tu edad o menos viejo y “achacoso” como estoy ahora) a todas horas, interrumpir reuniones familiares o sociales, internar a un niño de urgencia sin importar si es de día, noche o madrugada, llueva, truene o relampaguee.
Pocas veces me pregunté, cuando el cansancio me agobiaba ¿Por qué no estudié contaduría, leyes, economía, ingeniero u otra carrera universitaria?
Estudié Medicina y si volviera a nacer y me preguntaran que me gustaría ser de grande; “volvería a ser taradito”: VOLVERÍA A SER MÉDICO.
Gracias a ti mi añorado y querido doctor. Gracias a mis padres soy médico.
Te envió un afectuoso y cariñoso abrazo, reiterando mi gratitud.
Atte.
Dr. Raúl Héctor Campa García.
PD Si allá, donde estés, puedes enviarme un mensaje por email, Twitter, Facebook u otro medio, me daría mucho gusto y me harías muy feliz, por saber de ti. raulhcampag@hotmail.com @RaulHectorCamp1
Fragmentos de esta carta forman parte de la Novela: De la muerte a la vida. Si les interesa leer el libro está disponible en el 6444473321 en Cd. Obregón y en Casa Doce (Café Snacks) en Culiacán, Sin.). o envía por correo.