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Agradezco los comentarios que me llegaron sobre mi columna acerca de la fea forma como se expresó el Presidente de los agricultores del Valle del Yaqui, algunos me los dieron a conocer de manera personal y otros por correo. De estos últimos escojo dos, el primero, de una dama, María Castro. Advierte que los agricultores que menciono son “de alto rango”, y es cierto. Pero no nacieron con el alto rango, lo consiguieron trabajando duro. Por sus familiares y por si misma es conocedora de la vida del agricultor y lo que ve mal en la nueva generación de productores es “el lenguaje soez y amenazante” con que se dirigen a la autoridad.
Precisamente lo que critiqué yo al Presidente fue el lenguaje con el que se refiere a los agricultores, si no propiamente soez, sí creo que amenazante y, desde luego, injusto.
El otro mensaje es de Roberto Pérez Aguirre Elías Calles, hijo del Capitán Piloto Aviador Roberto Pérez Aguirre y nieto de don Rodolfo Elías Calles. Conocí bien a su padre en aquellos primeros meses de 1961, cuando Luis Encinas, precandidato a gobernador, luchaba contra la imposición de Fausto Acosta Romo, quien no cumplía un requisito importante que exigía el Artículo 70 de la Constitución de Sonora, el de venirse a radicar aquí (vivía en México) al menos seis meses antes de la elección. El capitán Pérez Aguirre le puso a su avión “El Artículo 70” para contribuir a la causa.
Del mensaje de Roberto Pérez Aguirre hijo tomo la excelente idea de sugerir a las autoridades federales que consideren la producción agrícola como parte vital de la seguridad nacional. Y la utilizo como título de esta columna,
XÓCHITL GÁLVEZ VENDÍA GELATINAS
Las corcholatitas, las que se aventaron a buscar la candidatura presidencial sin que nadie las invitara, o por vanidad o para ver si en la confusión agarran buena chamba con el que gane, están conscientes de que necesitan amigos que hablen bien de ellas a la gente.
Por ejemplo, Jorge Aguilar Valenzuela, el que fue títere de prensa de Fox (y lo sigue siendo) escribió un artículo encaminado a crearle simpatías a la Gálvez, y comenzó por contar que de pequeña su amiga era pobre, pobre, pobre, y se vio obligada a vender gelatinas. Luego acude al truco de inspirar compasión: la discriminan por tener sangre indígenas y por ser mujer. Pero está lista para ser candidata y luego para arrasar en las urnas.
Hay y ha habido millones de niños y niñas que han vendido churros y melcochas en la calle, verduras y tacos, pitahayas y guamúchiles, para llevar unos pesos a casa, pero nunca he sabido que por andar en esos modestos trabajos cumplen un requisito para aspirar a candidaturas. ¿O será sólo para las niñas que venden gelatinas?
carlosomoncada@gmail.com
