En el infinito número de seres y cosas animadas e inanimadas de la creación, los baches tienen bien definida su misión. Se mantienen abiertos el mayor tiempo posible y siempre atentos a la posibilidad de crecer. Una pequeña piedra que se les desprenda implica un crecimiento proporcional. Se afilan los bordes con los que muerden el hule de las llantas y los más atrevidos ahondan su profundidad con cada lluvia para atacar la trasmisión de los autos que dan tumbos al cruzarlos.
Esa es una labor cansada y monótona que a veces interrumpe la presencia de un fotógrafo. A los baches les gusta que les tomen fotos, pero no se las toman a todos, sólo a los más grandes y hondos. Los más pequeños los envidian porque saldrán en los periódicos aunque saben que, como consecuencia de la publicidad, llegará pronto un camión sucio a visitarlos y les arrojarán encima un batido de chapopote y arena que los pondrá a dormir a todos un tiempo.
No mucho tiempo, hasta eso. El suficiente para dormir y soñar. Porque los baches sueñan, La calle tal vez se mira pareja pero debajo permanecen los baches en apariencia inactivos. Duermen. Tarde o temprano les pasa por encima un camión cargado con sacos de cemento o vigas de fierro para construcción o de señoras muy gordas, y hace una grieta en la plasta seca del chapopote. Y de ahí arranca el desprendimiento de dos o tres piedras, y de cuatro o cinco o seis más. Y el viejo bache, rejuvenecido, vuelve a surgir.
Los baches, como todos los viejos, saben muchas cosas. No pocos de ellos han sido tapados y destapados diez o más veces y no siempre con la misma periodicidad. Distinguen la calidad del batido de chapopote y arena por su duración y han oído chismes en el sentido de que algunos técnicos no utilizan buen material porque comprando el más barato le clavan la uña al presupuesto.
Pero los baches no son chismosos. Su misión es dañar las llantas, aflojar las trasmisiones, llenarse de agua cuando llueve para que los conductores alocados bañen con agua sucia a las mujeres y los niños que van por la acera. Su misión es gozar de su inmortalidad. Los baches son románticos e incomprendidos.
LA MISMA PELÍCULA
Va para treinta años que el subcomandante Marcos declaró “la guerra” al gobierno de México. Luis Donaldo estaba vivo y Salinas vivísimo. Lo preocupante y dramático pronto se volvió anecdótico. El presidente Fox, cuya tendencia al ridículo ya era notable, declaró que había invitado a Marcos a la Ciudad de México “porque es mi amigo”
Marcos vino a Hermosillo a las Horas de Junio y participó con una lectura amorosa. Luego se desvaneció en el recuerdo. Ahora los viejos que quedan del “ejército” que formó, amenazan con volver a tomar las armas, esta vez contra los narcos que se disputan el estado de Chiapas. Los narcos buscan gente que les ayude a traficar la droga. Y los ancianos del Ejército de Liberación Nacional quieren ver si todavía nos asustamos con su vieja película.
carlosomoncada@gmail.com