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Me hace feliz que se reconozcan los méritos de mi amigo, el arquitecto Gustavo Aguilar, con el anuncio oficial de que llevará su nombre el puente que él diseñó sobre el bulevar Luis Encinas. Si las autoridades hubieran resuelto colocar una placa en todas y cada una de las obras que nos dejó el Arqui en Sonora, pasarían apuros para cubrirlas todas, comenzando por las escuelas.
Hace unos diez años, el arquitecto llamó a la puerta de mi casa. Me pidió que le ayudara a elaborar un texto autobiográfico. Le pregunté si tenía una grabadora y contestó que no. Entonces le compré una sencilla y le expliqué cómo funcionaba. Le sugerí que fuera grabando los episodios de su vida y luego yo los pasaría al papel. Al día siguiente me la devolvió y me dijo el motivo con expresión sonorense: “No me hallo con esta ancheta”.
Contrató una secretaria a la que le dictaba sus recuerdos, y cuando llenaba varias hojas me las llevaba. Yo las iba ordenando como piezas de un rompecabezas y verificaba los nombres de las personas que citaba. Pronto cobré interés por la vida de trabajo de don Gustavo, sus largos años de servicio en Sonora y su entrega a construcciones tan notables como los silos de Cajeme.
Disfrutaba mucho con su manera de describir su afición por los veleros, los días y noches de excursión, el alpinismo y las tres ocasiones en que vio cerca la muerte. Una de ellas la compartí. Fue el día en que el gobernador fue a ver el edificio de talleres del ITSON en Cajeme en donde por fortuna no había estudiantes todavía. Y digo que por fortuna porque el gobernador, el presidente municipal Faustino Félix, el director general del Instituto, el arquitecto Aguilar y yo, como reportero, nos salvamos de morir aplastados. El constructor del edificio cometió un error que no fue detectado a tiempo y el techo se vino abajo 15 minutos después de nuestra partida..
El libro autobiográfico lleva un nombre sencillo: El Arquitecto. Puedo sintetizar su contenido anotando que es la vida de un excelente ser humano.
