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Aunque no sea uno demasiado malicioso no deja de pensar que los que se oponen con pasión a la reforma del Poder Judicial es por el temor de que se les acabe un negocio productivo. Y esos son los jueces corruptos y los millonarios que con su poder económico doblan la vara de la justicia.
En Sonora guardamos el amargo recuerdo de un corruptísimo ministro de la Suprema Corte de Justicia apellidado Díaz Infante. Se dio maña para favorecer al ex gobernador Carlos Armando Biébrich cuando fue consignado por robo, enriquecimiento inexplicable y otros delitos. Fue demandado por el gobernador Alejandro Carrillo Marcor que presentó, entre otras varias pruebas, documentación demostrativa de que en sus 25 meses en el cargo había adquirido bienes por una suma superior a la suma de los sueldos que había cobrado como gobernador.
Díaz Infante alegó, en su dictamen, que el procesado pudo haberse enriquecido por un golpe de suerte (atinarle al gordo de la Lotería, por ejemplo) o por una herencia familiar. Esto no lo sugirió el abogado del ex mandatario, sino el ministro que debería juzgarlo. No pasó mucho tiempo sin que se conociera el rostro real de Díaz Infante. En Acapulco, un millonario abusó y asesinó a una menor. El corrupto ministro anduvo recorriendo los juzgados locales de Guerrero y aprovechando su investidura influyó en la alteración y supresión de pruebas a cambio de una elevada suma de dinero. Esto se comprobó y fue procesado.
Ese sólo es un botón de muestra. La avidez de dinero por parte de los jueces es inocultable. El Lector sabe que los ministros se ampararon para no acatar la norma constitucional que les prohíbe percibir sueldos más altos que el del Presidente. Hay que frenar su voracidad.
Pese a mi posición a favor de la reforma todavía no doy mi conformidad por completo porque no se ha dicho con claridad cómo elegirán a los jueces. Espero que no pondrán a los aspirantes a que hagan campaña a gritos y sombrerazos como cualquier candidato a alcalde o a diputadillo. Esperaré.
carlosomoncada@gmail.com
