Entiendo que los priistas sinceros que creyeron en los principios teóricos de su partido y en sus líderes, no se animen a escapar de él (del partido) y de ellos (de sus líderes corruptos), y buscar acomodo en otras organizaciones. Creen que los demás los llamarán “traidores”. No comprenden esos priistas sinceros que ellos han sido los traicionados. Y que merecen la oportunidad, como premio a la lealtad que en plena derrota demuestran, de rehacer sus carreras políticas.
Pues bien, ¡la oportunidad está aquí!
Como sin duda ya se enteraron, el cínico al que apodan “Alito” fue favorecido por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación por la resolución que le permite seguir frente del PRI cuatro años más. Aunque no podrá devolverle la vida a su partido porque el que se murió se murió, desde la resurrección de Lázaro nadie ha vuelto a la vida, él podrá echarse a la bolsa las prerrogativas que por ley corresponden al partido.
Desde antes de que se resolviera el asunto a su favor, hubo distinguidos priistas, sobre todo mujeres, Beatriz Paredes, por ejemplo, que advirtieron que renunciarían al tricolor si el apodado “Alito” continuaba de presidente. Estamos en espera de que cumplan, no porque importe mucho sino por curiosidad.
Pero esta columna no está dirigida a los viejos (y viejas) tiburones del tricolor sino, repito, a los priistas de veras sinceros que llevaban una trayectoria limpia apegada a principios. Deben renunciar cuanto antes, y no con discreción, sino haciendo ver a la opinión pública sus motivos, fincados en que rechazan la jefatura de un pillo. Se les apreciará la renuncia como actitud digna, no como traición. Pero esta oportunidad no esperará de manera indefinida.
Ya verá cada quién, según sus circunstancias, si va a tocarle la puerta a MORENA o a alguno de sus partidos aliados. Que haya suerte. En cuanto a los que se queden, su destino está escrito en la Biblia: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”.
LA CASA DE LA CULTURA
La Casa de la Cultura de Hermosillo fue inaugurada en 1979 por el gobernador Alejandro Carrillo Marcor, que construyó la planta baja. Y luego fue inaugurada la planta superior por el gobernador Samuel Ocaña García. El Teatro de la Ciudad se cuece aparte. Fue inaugurado por el gobernador Beltrones en 1995. Si quiere conocer, lector, los detalles de estos episodios, busque el Tomo I de mi obra “La saga de la cultura sonorense (1831-2020)”, que es una hermosa edición.
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