Este año ha removido el ánimo de la opinión pública el aniversario de dos episodios sombríos. En orden cronológico, un aniversario fue el de los asesinatos de siete campesinos en los campos de San Ignacio Río Muerto el 22 de octubre de 1975, que motivó la renuncia del gobernador Carlos Armando Biébrich tres días después. Y antes de que terminara el año se le consignó por robo, peculado, abuso de autoridad e incumplimiento del deber legal. El ex gobernador anduvo prófugo de la justicia dos años antes de arreglar sus problemas en los tribunales. Es lamentable que el arreglo se logró con cabildeos políticos no con el desvanecimiento de las contundentes pruebas presentadas.
El otro episodio sombrío y especialmente doloroso, fue el asesinato de Luis Donaldo Colosio que fue revivido porque a principios de esta semana los ministros de la Corte negaron al homicida Aburto el amparo que podría haberle dado la libertad antes de cumplir la sentencia de 45 años de cárcel que le impuso un juez federal. Y precisamente su amparo se fundamenta en que cometió el grave delito en Baja California y debió haber sido juzgado y sentenciado por un tribunal de dicha entidad federativa, en la que 30 años de prisión es el máximo que puede dictarse.
Cuando se registran casos como éstos suelen surgir, no se sabe de dónde, versiones absurdas sobre los hechos. En el caso de Colosio, se pretendió despertar sospechas sobre el gobernador Manlio Fabio Beltrones porque en cuanto se enteró de la fatal noticia salió apresuradamente a Tijuana, pues Luis Donaldo era su gran amigo. Lo sospechoso hubiera sido que no hubiera ido a llorar allá a su amigo y ver el modo de coadyuvar en la investigación..
También se inventó la versión de que Aburto no había sido el asesino de Colosio sino que había recibido dinero para que el verdadero homicida huyera. No entiendo cómo tanta gente pudo creer esa tontería: que alguien era tan estúpido que aceptaba dinero a cambio de pasar 45 años de su vida en la cárcel.
Los dos casos deben movernos a aprovecharlos como experiencia para analizar cuantas vivencias se registren a nuestro derredor. Que el valor máximo que nos guía sea la verdad.
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