Es opinión generalizada que la Feria del Libro de Sonora que terminó el domingo ha sido la mejor de las que hasta hoy se han realizado. Sólo se empañó al final porque el Instituto Sonorense de Cultura invitó al conversatorio en honor del escritor Luis Enrique García a tres personas que no lo conocían y que sólo dijeron intrascendencias. Una de ellas, Sylvia Manríquez, de plano confesó de modo tácito su desconocimiento pues llenó su turno con la lectura de una obra breve del homenajeado, “Lógicos y mágicos”, publicada por el STAUS en un opúsculo.
Sólo cumplió su cometido la rectora Rita Plancarte Martínez, que tuvo ocasión de conocer y platicar varias veces con Luis Enrique aunque no en sus inicios literarios. Él le lleva a la Rectora 24 años de edad y en 1978, cuando él publica su primer libro (“Raza de papel”), ella no comenzaba su carrera profesional. La doctora Plancarte fue la única que evocó la muy importante etapa de Luis Enrique como investigador de la vida universitaria (faltó mencionar su “Memoria gráfica del Deporte Universitario). Y era obligado invitarla porque la Universidad le editó a L. E. todas sus obras.
Carlos Sánchez expresó su gratitud por el ejemplo que recibió del homenajeado y con el maestro Gutiérrez (perdón por omitir su nombre de pila, que desconozco) se repartieron los errores que ahí van: Luis Enrique García no es dramaturgo y su obra en ese campo se limita a tres obras breves de carácter didáctico que necesitaba para sus clases; tampoco dirigió “varias obras” como afirmó uno de los desorientados, ni cursó estudios en la Universidad de Sonora y luego en la de Chihuahua. A principios de los años sesentas ingresó como secretario administrativo de la Academia Dramática, luego fue director del Instituto de Bellas Artes y más tarde, de Extensión Universitaria.
Al advenimiento de una ley que exigió a los maestros contar como grado mínimo de educación la licenciatura, junto con otros artistas (entre ellos recuerdo al pintor Mario Moreno Zazueta), se tituló Licenciado en Arte en la Universidad de Chihuahua.
Estas fueron las fallas que surgieron a la vista (y al oído) pero la principal fue la ausencia de una semblanza de la personalidad de Luis Enrique García, que vale lo que su obra literaria, así como anécdotas que dieran idea de su sentido del humor, su simpatía, su singular percepción del mundo. Yo le publiqué en “El Sonorense” sus primeras narraciones en 1963 y también en la revista “Letras de Sonora”, patrocinada por el gobierno de Luis Encinas. Confieso que me duele que no me hayan invitado al “conversatorio”, aunque me cae gorda esa palabra.
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