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Miércoles 4 de Dic de 2024
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No echemos a perder la fiesta

Alberto VIZCARRA OZUNA
Martes 26 de Noviembre de 2024
 

El lunes se firmó el Acuerdo Nacional por el Derecho Humano al Agua y la Sustentabilidad, comprendido en el Plan Nacional Hídrico propuesto por el gobierno de Claudia Sheinbaum Pardo. Aparece como un gran consenso en el que participan todos los gobernadores, las secretarías de estado relacionadas, CONAGUA, grupos empresariales y los Distritos de Riego del país. 

El acontecimiento ocurrió en la alcaldía de Xochimilco, ubicada en la Ciudad de México. En un ambiente de fiesta, nadie desea ser voz discordante, menos cuando se trata de mostrar acuerdo en lugares comunes y buenos propósitos. ¿Quién puede oponerse a reconocer el derecho humano al agua o negarse a eficientar el uso del recurso en los procesos productivos? ¿Quién puede reñir con el compromiso del gobierno a invertir en infraestructura hidro-agrícola o quién podría estar en contra de que se limpien los ríos contaminados? Es difícil que alguien se declare ateo dentro del templo.

Pero así como se exige dar razón de la esperanza, también se reclama fundamentar los buenos propósitos. Poner en marcha todos los instrumentos mencionados en el Plan Nacional Hídrico para eficientar la gestión y administración del agua disponible -aún cumpliéndose a cabalidad- no resuelven el problema estructuralmente deficitario que registra el país desde hace dos décadas.

Tratar un problema de falta de disponibilidad de agua, solo con esquemas de ahorro y distribución, como se contempla en el Plan Hídrico,  lleva consigo la admisión tácita de que no tendremos crecimiento económico y de que profundizaremos la tensión hídrica que ya se padece, agravada con los episodios de sequía en el norte y noroeste de México.

Antes del año 2000, México debió de haber concluido los grandes proyectos de infraestructura hidráulica que se concibieron a finales de los años sesenta,  para recuperar más de 8 mil millones de metros cúbicos en la costa del Pacífico norte con el Plan Hidráulico del Noroeste (PLHINO ), y aproximadamente 30 mil millones de metros cúbicos con el Plan Hidráulico del Golfo Norte (PLHIGON), cuyas transferencias abastecerían la región semidesertica del centro-norte del país.

La concepción de gestión de más agua, con estas grandes obras de infraestructura, contemplaba también la desalación de agua de mar con procedimientos nucleares para "manufacturar" agua dulce y quitarle tensión a las cuencas hidrológicas.

Se entendía que México tiene una precipitación anual de 1500 kilómetros cúbicos, con escurrimientos aprovechables de 400 kilómetros cúbicos, cuando apenas retenemos en presas 130 kilómetros cúbicos.  Tan solo con el PLHINO y el PLHIGON, se podrían aprovechar 37 kilómetros cúbicos, es decir 37 mil millones de metros cúbicos.

Cuando se concibieron estas obras, realmente se entendía el termino sustentabilidad, porque se pensaba en el futuro no como una abstracción, sino en el imperativo del crecimiento para crear el campo de existencia para una población que debe crecer en número, en capacidades productivas y creativas.

Ahora el término sustentabilidad se ha torcido, se alimenta la construcción teórica de que el crecimiento rompe el equilibrio con la naturaleza y esa distorsión nos ha llevado al desastre que ahora sufrimos.

Una vez terminada la fiesta deberíamos de tomarnos estos asuntos en serio. El futuro no está a cargo de los dioses.

Desde el Valle del Yaqui

Movimiento Ciudadano por el Agua

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