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Sin alterarse, sin dar gritos de alegría, bien ubicada en su papel de estadista defensora de la soberanía, Claudia Sheinbaum informó ayer a la prensa que Trump cedía un tanto en su perverso rol de villano. Hablaron ambos presidentes, ventilaron sus posiciones en problemas comunes y se fijaron un mes para revisar el nudo de los aranceles recíprocos, las armas que venden los negociantes gringos. De momento, nada de cobrar elevadas tarifas en el comercio..
Estoy consciente de que el freno principal a la locura de Trump vino de sus propios conciudadanos; le advirtieron que el incremento arancelario será tremendamente costoso para el pueblo norteamericano. Algún o algunos millonarios gringos le dirían con franqueza que su agresiva política comercial es un boomerang que golpeará a su país.
Pero la firme postura de nuestra Presidenta se mantuvo inamovible, valiente, sin dudas ni temores. Se llama Claudia Sheinbaum y es mi Presidenta.
FESTEJO 50 AÑOS
En abril de este año celebraré mis cincuenta de ser consumidor de vino. Antes de 1975 probé algunos de los malos vinos que con timidez comenzaban a venderse aquí, y eso sin tener conciencia de que eran malos porque no había puntos de comparación. Pero en abril hice mi primer viaje a Europa con duración de tres meses, y probé los vinos franceses y un poco los italianos, y leí libros y revistas con información aleccionadora. Es decir, no bebí a lo tonto, sino estudié vitivinicultura y me empapé de conocimientos.
El lector ya sabrá que me refiero a los vinos de mesa, no a las bebidas de 40 grados como el whisky, el vodka, el coñac y demás enemigos del hígado humano y generadores de vicios.
Andando los años conocería la impresionante producción de La Rioja, en España; los vinos del Duero; los vinos blancos alemanes (en Sonora se enamoraron del Liebefraumilch, como me enamoré yo del Chatauneuf du Pape francés y del Chianti italiano). Perdón por esta divagación. Sólo quise compartir con el lector mi cincuentenario predilecto.
carlosomoncada@gmail.com
