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Qué pena no haber estado ayer con ustedes, lectores y lectoras, para haberles mostrado mi afecto. Les fallé el mismísimo Día de San Valentín. Un malestar que no voy a detallar me hizo andar más sonso que de costumbre y no quise arriesgarme a escribir tonterías (más que de costumbre, también).
En compensación, les cuento lo que no sabía y que ayer me contaron: que hoy se celebra el Día de los infieles (y de las infieles, no dejaré de lado a las damas ya que soy cortés) porque ayer cumplieron con el novio o novia o con el esposo o esposa oficiales, y hoy se le aparecen al otro o la otra con un regalo de desagravio.
Me parece que esto constituye un avance en el réclame insistente de la equidad. De hecho, los más complejos problemas se pueden resolver con una discreta dosis de inteligencia y de voluntad.
Tengo un amigo cuya vida fluctúa entre dos casas. Para la vigilancia de una de ellas compró un perro al que le puso “Sócrates”, y una vez que llegó a casa de su “segundo frente” topó con la sorpresa de que su compañera había comprado también un perro y mi amigo se obstinó en que se llamara “Sócrates”, para no equivocarse ni aquí ni allá.
Otro de mis amigos, funcionario público de cierta categoría, contaba en su despacho con un clóset en donde siempre disponía de camisas blancas y azul celeste bien planchadas. Si por desdicha antes de volver a casa de “la número uno” advertía una mancha de “bilé” en la camisa, corría a la oficina por otra, o blanca o azul, no le importaba el color pues la “number one” no recordaría con certeza qué color le había visto por la mañana.
Completaba la seguridad conyugal que cuando lo llamaba cualquiera de las dos y la secretaria le pasaba el teléfono con estas palabras: “su esposa”, él se ponía al aparato siempre con la cariñosa (y cursi) frase: ¡Hola, gordis!
Quien haya leído hasta aquí pensará que todos mis amigos son unos tarambanas, y sin duda lo son buen número de ellos, pero replico, en mi defensa, que siempre les repruebo su conducta falaz con sus respetables señoras. Condeno la infidelidad. Y les aconsejo, así como por curiosidad, que cuando su esposa salga de compras o a visitar una amiga, memoricen el color y el estilo de la blusa y la falda que lleva y se aseguren de que al regresar trae las mismas prendas. Sólo por curiosidad.
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