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Vencieron los diez días de plazo que me di yo mismo para esperar una respuesta de cualquiera de los señores o señoras que integran el Poder Legislativo de Sonora. Hace diez días expuse aquí mi problema, consistente en la pérdida de mi tarjeta del Banco del Bienestar, y la consecuencia lesiva para mi bolsillo de que hace varios meses no he podido cobrar mi pensión de viejito.
Conté aquí que en septiembre pasado reporté la pérdida, reuní los documentos necesarios para obtener la reposición y corrí los trámites obligados. Contestaron a mi impaciente llamada telefónica posterior que todo estaba bien y que esperara a que me trajeran a casa la nueva tarjeta. Y como no cumplían y siguen sin cumplir, hace diez días dirigí mi columna a los diputados en general a ver si uno o una conocía el resorte secreto de una recomendación o influencia que me permitiera resolver el problema.
Me oyeron (o me leyeron) como quien oye llover. Cero respuestas.
Yo había escuchado cientos de veces, sobre todo durante las campañas políticas, que un diputado es representante del pueblo y que no sólo se dedica a redactar leyes de beneficio general, sino que está listo para echarle la mano a un ciudadano en apuros.
Pero quizás actué sin haber completado mi información; quizás me faltó enterarme de que no están para correr en auxilio de cualquiera, sino sólo de quien padece una carencia muy importante, o es en sí mismo importante, digamos gente que aparece en la sección de notas sociales o acude sin fallar a la misa del domingo, no para acercarse a Dios sino a los amigos de su nivel social.
En fin, toqué una puerta equivocada, y para el caso de que uno o más legisladores se hayan sentido importunados por mi petición, ofrezco a todos mis excusas. Por mi parte los excuso también de haberme mandado a la hacienda del Peje. En otras palabras, están todos excusados.
carlosomoncada@gmail.com
